lunes, 28 de noviembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x04-Grave




Permaneció sentado unos minutos más en aquella sala. Seguía esperando pacientemente al Inspector Ramírez, aunque su paciencia estaba a punto de terminar. En aquel momento no se cuestionó la presencia del anciano en aquel lugar, sabía que tarde o temprano sus dudas quedarían resueltas.

Se levantó enérgicamente y fue de nuevo hacia la ventanilla de información.

-Disculpe. Verá, me urge hablar con el Inspector Ramírez. Si pudiera hacer usted el favor…
-Señor, ya le he dicho que él mismo me ha pedido que no le moleste.
-Lo sé, pero si le dijera que soy yo quien…
-Está reunido y no se le puede molestar, lo siento pero debe esperar a que termine –replicó tajantemente la mujer.
-Mire –dijo Gabriel sacando una tarjeta-, dígale que me llame a este teléfono en cuanto pueda, que es algo urgente.

Justo antes de que Gabriel le diera a la mujer su tarjeta escuchó una voz familiar. El Inspector Ramírez y una mujer venían hablando por el pasillo, desde su despacho.

-Señora, sé bien cómo se siente, pero debe entender que sin pruebas no podemos retener por más tiempo a una persona –explicó Ramírez.
-Sé que él lo hizo, mi niñita…
-Están las dos muy nerviosas –trató de consolar a la mujer-. Lo mejor ahora es que se vaya a casa y permanezca junto a su hija.

El Inspector pidió a uno de sus compañeros que la acompañara hasta su casa. Un joven policía se acercó hasta la mujer y le pidió que le acompañara. Tras dar unos pasos junto al policía, la mujer se volvió hacia el Inspector.

-Sé que ese viejo tocó a mi niña –aseveró llorando.

Tras pronunciarse la mujer, ella y el policía salieron de comisaría. El inspector respiró hondo y se volvió bajando la mirada. Allí, frente a él, estaba Gabriel.

-Vamos –le dijo a Gabriel moviendo la cabeza-. Que no me molesten – se dirigió después a su compañera de la ventanilla de información.

El Inspector puso su mano sobre la espalda de Gabriel guiándole hacia su despacho. Los dos fueron en silencio.
Al entrar al despacho, el Inspector pidió a Gabriel que se sentara en una de las sillas que había frente a su mesa. Mientras tanto, él se dirigió a una de las estanterías situada al lado de su mesa. Buscaba algo entre los libros.

-¿Qué ha pasado? –preguntó Gabriel desde su asiento con enfado.
-Espera –contestó mientras sacaba algo de entre los libros-. Vienes por esto, ¿verdad?

El Inspector arrojó sobre la mesa la edición del periódico con la noticia de Gabriel sobre el caso del hombre que se suicidó en el Cerro y la edición del mismo periódico sin su noticia. Gabriel se inclinó hacia delante para verlo mejor. Se le escapó una media sonrisa al verlo.
-¿Qué ha pasado? –preguntó el Inspector mientras se sentaba en su silla.
-Sabes bien lo que ha pasado. Me la has jugado Nicolás –sentenció Gabriel.
-En ningún momento te dije que hubiésemos cerrado el caso.
-¡Claro que sí! –gritó Gabriel claramente enfadado-. Me dijiste que había sido un suicidio.
-No. Te dije que aparentaba ser un suicidio según nos dijeron los forenses.

El sonido del silencio volvió a hacerse en el gran despacho. Gabriel permaneció sentado, mirando los dos periódicos. El Inspector se levantó y se sirvió algo de café en un vaso de plástico. Echó algo de café en otro vaso.

-¿Por qué habéis reabierto el caso?
-Realmente nunca se cerró –contestó el Inspector. Poniendo sobre la mesa, frente a Gabriel, uno de los vasos con café-. El cuerpo sigue en la morgue. Los forenses deben volver a examinarlo.
-Pero, ¿qué demonios ha hecho que volváis a tener que examinar el cuerpo?
-Si te cuento esto, no podrás usarlo para ningún artículo en tu periodicucho. ¿Entendido?

Gabriel tomó el vaso y bebió un pequeño sorbo. Tardó en afirmar con la cabeza que no usaría la información para un nuevo artículo.

-Lo digo totalmente enserio. Esta información no se puede filtrar.
-Que sí, que sí. De veras, no diré nada a nadie.
-Confío en que esta vez lo cumplas.
-Vamos. Soy tu colega desde antes que te saliera barba. Joder, si hasta soy el padrino de tu hijo mayor –dijo Gabriel.
-Por eso no quiero que esta vez la cagues. Hay muchas cosas en juego.
-Te lo prometo –dijo uniendo sus dedos índices.
-Déjate de niñerías. –El Inspector volvió a su asiento-. Ayer recibimos una llamada anónima. Nos confesó haber visto cómo alguien golpeaba al Señor Gutiérrez por la espalda en la cabeza, en lo alto del Cerro de San Cristóbal. Después esa persona lo tiró por el barranco y se dio a la fuga huyendo por la parte trasera de la Muralla de Jayrán.

En ese momento un escalofrío atravesó el cuerpo de Gabriel. Quedó boquiabierto, echándose sobre el respaldo de la silla. Apretó los puños y tragó saliva. Procuró que su amigo, el Inspector, no notara su ansiedad.

-Y si lo vio, ¿por qué ha esperado tanto hasta hacer esa declaración? –preguntó rápidamente Gabriel.
-Por temor a que el asesino lo ataque. Por eso te pido que no publiques nada acerca de esto. La vida de una persona puede correr peligro.
-Descuida – espetó Gabriel más sereno-. Y, ¿no sabéis nada de esa persona? Quién puede ser o algo.
-No. Sólo que tiene una voz ronca, grave. Y nos pidió que examináramos todo bien en busca de pruebas. Nos dijo además, que los matorrales suelen esconder secretos –explicó el Inspector-. Tras declarar dijo que hablaría sólo cuando encontráramos más pruebas, por su propia seguridad.
-¿Y no pudiste convencerle de que su seguridad estaba garantizada?
-No. Ese hombre tiene bastante miedo. Cree que el asesino puede andar tras él.
-¿Tenéis alguna idea de quién puede haber sido el asesino? –Preguntó Gabriel-. ¿Alguna prueba o algo?
-De momento creemos que pudo haber sido un ajuste de cuentas –contestó tras haber negado con la cabeza.
-¿Drogas o armas?
-No, nada de eso –contestó rápidamente Nicolás-. Al Señor Gutiérrez le gustaba bastante el juego. Hacer apuestas que no podía pagar y cosas así. Creemos que pudo haber quedado en el Cerro con alguien para saldar alguna cuenta o llegar a un acuerdo y las cosas se torcieron. Basamos la investigación en eso.

Gabriel respiró aliviado. Asintió con la cabeza. Tras un instante de silencio, se levantó de su asiento y tomó lo que quedaba de café en el vaso.

-Bueno, debo marcharme ya. Tengo un artículo que escribir.
-Espera, espera –dijo rápidamente el Inspector mientras se levantaba-. Sabes que de esto…
-Ya, descuida –le interrumpió Gabriel-. Es para arreglar el malentendido del artículo poco veraz de esta mañana. Nos vemos –dijo sonriendo.

Ambos amigos se despidieron con un fuerte abrazo y Gabriel se marchó de la comisaría. Fue directo a la redacción para escribir un nuevo artículo sobre el caso. Después se marchó a casa.

Al llegar, justo al entrar por la puerta, recibió una llamada desde un número oculto al teléfono de su casa.

-¿Sí? –dijo descolgando el teléfono.
-Pronto todos sabrán la verdad.

Empalideció al escuchar aquella voz grave. Gabriel no tardó en colgar el teléfono.

Continuará…


Obra original de Jesús Muga
25-Noviembre-2011 

lunes, 21 de noviembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x03-Ni una lágrima




Sonó el despertador, pero allí no había nadie para pararlo.

Hacía tan sólo unos minutos que el sol acariciaba la imponente Alcazaba. No había subido allí para contemplar el amanecer, ni si quiera las vistas del monumento o cómo la ciudad volvía a la vida desde el cerro. Gabriel observaba atentamente el lugar donde, unas semanas antes, se había despeñado aquel hombre.
Guardaba un respetuoso silencio y apenas se movía. Miraba fijamente al barranco, sumido en sus pensamientos, cuando aquella mujer llegó.

Ninguno dijo nada. Él sabía que estaba allí pero no se giró hacía ella, permaneció inmóvil. La mujer colocó sobre el bajo muro un ramo de flores y comenzó a llorar.
Su llanto apenas rompió el silencio. Gabriel, sin mediar palabra, alargo su brazo hacia ella ofreciéndola un pañuelo. Ella le miró y lo cogió sin más.

-Lo peor de todo es que no merece ni una lágrima –dijo ella enjugando sus lágrimas con el pañuelo.
-No derrames ni una lágrima por aquel que no se las merece –contestó Gabriel tras guardar silencio.
-No sólo lloro por él, sino por haberle permitido que nos arruinara la vida a mi madre y a mí.

Volvió a imperar el silencio en aquel lugar. Gabriel se volvió y, sin mirar a la joven, caminó hasta ponerse a su lado. Puso su mano sobre el hombro de la chica. La miró de reojo y respiró hondamente antes de marcharse. La dejó allí, sumida en su silencioso llanto.
El joven caminó con paso lento hacia su moto, sonriendo. Sonreía complacido, sabiendo que todo estaba bien.

No tardó en llegar desde el Cerro de San Cristóbal a la redacción. A Gabriel le gustaba moverse en moto por la ciudad, era la forma más rápida y cómoda de llegar a los sitios. Y para él la rapidez era importante.
Saludó a algunos de sus compañeros al entrar y fue directo a su mesa para soltar sus cosas. Vanesa no tardó en llamar su atención.

-Mira esto –dijo lanzando dos ejemplares del periódico sobre su mesa.

Gabriel cogió ambos periódicos y miró sus portadas. En uno de ellos venía publicada su noticia, en el otro no.

-¿Y esto? –dijo frunciendo el ceño mientras mostraba los periódicos a Vanesa.
-¿Cómo has llegado tan tarde? –preguntó ella con curiosidad.
-He estado en casa haciendo unas cosas. ¿Qué ha pasado con mi artículo?
-El jefe ha salido de su despacho con la primera edición en la mano buscándote –contestó la mujer apoyándose en la mesa-. Estaba más cabreado de lo común. Ha dejado claro que en cuanto pisarás aquí quería tu culo en su despacho.
-Pues que bien…
-Y eso no es todo.
-Ah, que hay más –ironizó Gabriel.
-Sí, hay más. También ha mandado retirar tu artículo del diario digital con urgencia.

A Gabriel se le torció la sonrisa. No entendía el motivo por el cual habían retirado su artículo de la portada y mucho menos del periódico. Se llevó las manos a la cabeza y respiró hondamente. Apenas se sentó en su silla, El jefe abrió la puerta de su despacho.

-¡Gabriel! –gritó-. Quiero tu culo en mi despacho ahora mismo.

Cerró la puerta dando un portazo mientras Gabriel se levantaba de un salto de su silla. Vanesa corrió hacia su mesa y él fue rápidamente al despacho. Justo cuando iba a llamar a la puerta, El Jefe la abrió y, con tono serio y cara de pocos amigos, le invitó a entrar. Gabriel tragó saliva antes de hacerlo. Estaba claramente preocupado pero no se permitiría signo de flaqueza ante El Jefe.

-¿Qué quería? –preguntó Gabriel.
-¿Qué es esto?

El jefe le lanzó a Gabriel la primera edición del periódico del día. Él miró la portada y antes de que dijera nada, El Jefe le pidió que abriese el periódico por la primera página. Su artículo estaba marcado con un rotulador rojo.

-Es mi artículo, Señor Pérez.
-Claro que es tu artículo. Artículo que he tenido que retirar forzosamente por falta de veracidad.
-No puede ser, mis fuentes son fiables.
¿Fiables? –Preguntó el Señor Pérez tras una sonora carcajada-. Mira este, o este, o este otro –dijo mientras le enseñaba otros periódicos de la competencia-. En estos dicen que no han cerrado el caso.
-Pueden estar equivocados –se justificó Gabriel.
-¿Todos? –emitió de nuevo una sonora carcajada-. Permíteme dudarlo. Creo que tú eres el que está equivocado –zanjó con firmeza.
-Mi fuente es de fiar, señor. Sabe mejor que nadie acerca del caso y le aseguro que está cerrado. Es más, mi fuente me asegura que aquel hombre se suicidó arrojándose por el barranco del Cerro de San Cristóbal.
-Pues dile a tu fuente que cómo es posible que aun no hayan cerrado el caso, que sigan buscando pruebas de que fue un asesinato –le contestó tajante el Señor Pérez.

Gabriel no supo qué más decir. Se quedó boquiabierto tras escuchar al Señor Pérez decir aquello. No le preocupaba que retiraran su artículo, sino que el caso no estuviera cerrado.

-Gabriel, eres uno de mis mejores efectivos. Tus artículos son los mejores –se sinceró El jefe-, pero no puedes permitirte estos fallos. Para mañana a primera hora quiero un artículo bien redactado sobre el caso –le pidió mientras se encendía un enorme puro.
-Sí señor, para mañana tendrá su artículo. A primera hora –respondió Gabriel.

Salió del despacho sin rumbo aparente. Tenía la mirada perdida, no sabía exactamente qué hacer o a dónde ir. Encontró el camino a su mesa, allí se acercó Vanesa nada más verle. Él se desplomó sobre la silla con ambas manos sobre su rostro.

-¿Qué te ha dicho? –preguntó ella en voz baja.
-Nada, que debo asegurarme de que mis fuentes son fiables y que debo escribir un nuevo artículo sobre el caso para mañana –contestó él con total desgana.
-Y, ¿qué piensas hacer?

Durante un instante Gabriel se mantuvo en silencio. Entonces pareció despertar. Retiró las manos de su rostro, se levantó rápidamente de la silla, recogió su bandolera de encima de la mesa y salió corriendo de la redacción ante la asombrada mirada de sus compañeros.
Corrió a coger su moto y condujo raudo por las calles de Almería hasta llegar a la comisaría. Tenía claro su destino.

Entró, ahora más tranquilo, y se dirigió hacia la ventanilla de información.

-Buenos días. Perdone, ¿puedo ver al Inspector Ramírez por favor? –preguntó nada más llegar.
-Lo siento, pero el Inspector Ramírez está ahora ocupándose de un asunto y me ha pedido que no lo molesten.
-Es urgente, tengo que hablar con él. Dígale que Gabriel está aquí, él sabrá quién soy.
-Ya señor, pero le he dicho que debe esperar. Puede esperar en esos asientos de ahí –dijo señalándole los asientos de la sala de espera.
-Pero…
-Lo siento señor, tendrá que esperar –contestó tajante la mujer.

El joven, resignado, se volvió y ocupó uno de aquellos asientos. Esperó durante unos minutos pacientemente. Y fue al levantarse para irse cuando escuchó una voz familiar.

-Sentimos haberle causado molestias Señor García, ya sabe que ante tal acusación más vale prevenir, y tanto la niña como la madre están un tanto nerviosas y confusas.
-No se preocupe agente. Ustedes sólo velan por la seguridad de todos, es su deber.
-Si me lo permite, le acercaré en coche a su casa –dijo el agente de policía.
-No es necesario hijo, no se preocupe –espetó el anciano.

Gabriel se sentó mientras vio cómo el anciano avanzaba hacia la puerta de salida ayudándose de su bastón de madera. El sonido del golpe del bastón contra el suelo retumbaba en aquella sala. El anciano se paró en la entrada y se giró mirando a Gabriel, levantó el bastón para saludarle.
Gabriel le miró desde su asiento, no movió un dedo ni dijo nada. Estaba completamente perplejo al ver a Carlos en aquella comisaría.

Continuará…

Obra original de Jesús Muga
16-Noviembre-2011 

lunes, 14 de noviembre de 2011

La oscurdad en la luz-1x02-Llamada perdida




Dejó sonar el teléfono móvil, ni si quiera comprobó quién le llamaba. Iba por el paseo marítimo, desde el puerto deportivo. Sus pasos eran largos y su caminar apresurado. El teléfono sonó de nuevo.

No tardó en llegar a la cafetería. Carmen, una vieja amiga, esperaba en la terraza. Tenía el teléfono móvil en una mano mientras que jugueteaba con los dedos de la otra entre los rizos de su larga melena castaña.
No tardó en levantarse al ver a Gabriel llegar. Le dio un beso en la mejilla.

-¿Dónde tienes el móvil? Te he llamado hace un momento –dijo Carmen mientras se sentaba.
-Ya, no te lo he cogido porque venía de camino –contestó Gabriel que, antes de sentarse, llamó la atención del camarero.
-Y, ¿de dónde vienes?
-De la redacción –no tardó Gabriel en contestar.
-¿Hoy?
-¡Sí, hoy! –sentenció groseramente.

Un silencio incómodo se hizo entre los dos jóvenes. Carmen tragó saliva y respiró hondo. Gabriel bajó la mirada en gesto de negación. Sabía que Carmen no merecía ese trato.

-Perdona, no quería…
-No, perdona tú –Gabriel no la dejó continuar-. Aun…, aun estoy tratando de asimilarlo todo, de acostumbrarme a esto y llevo unos días un tanto…, estresantes. Es agotador. Ya sabes, por ahora me toca cubrir lo peor.

Carmen sonrió y alargó su mano hasta ponerla sobre la de Gabriel. Él también sonrió y la miró a los ojos. Durante un instante puede que encontrara la paz en aquellos grandes ojos verdosos.
Al llegar el camarero, Carmen retiró la mano y se acomodó en el butacón de mimbre. Ella pidió un café solo con hielo; él, un bombón batido. No tardaron en servírselos.

-¿Qué tal te va en el hospital?
-Bien. La verdad es que esperaba que se me hiciese más cuesta arriba pero todo lo contrario –contestó Carmen mientras movía enérgicamente el café con la cucharilla-. Y tú, ¿no tienes ningún nuevo chisme que contarme?
-De momento nada nuevo. –Tras una pausa- ¿Sabes algo del hombre que se lanzó desde el Cerro de San Cristóbal?
-No llegó al hospital. Tú cubriste la noticia, ¿no?
-Si –contestó Gabriel-. Por lo poco que nos dijo la policía el hombre se lanzó desde lo alto del cerro. Un intento de suicidio.
-Es muy raro. No sé con qué intención lo hizo pero ese es el peor lugar para intentar suicidarse así.
-Nos dijeron que tenía un fuerte golpe en la cabeza –continuó Gabriel.
-Si, esa fue la causa de la muerte. Se pudo golpear con alguna mala piedra al caer. Aun así, creo que alguien lo pudo empujar.
-No creo –dijo tajantemente Gabriel-. Yo creo que el hombre se acercó demasiado al muro, resbaló y cayó por el barranco golpeándose la cabeza.

De nuevo se hizo el silencio. Carmen echó el café en la copa con hielo. Lo echó poco a poco, observando cómo se derretía el hielo. Después, volvió a moverlo con la cucharilla.
Gabriel raspaba con la pajita el chocolate del borde de la copa y tomaba un poco del dulce bombón batido.

-Conocí a una chica –dijo Carmen mientras metía la cucharilla en el vaso vacío-. Es muy simpática.
-Me alegro –contestó él tras un silencio.
-La he hablado de ti.

Gabriel guardó un largo silencio. Ni si quiera miró a Carmen, tan sólo se limitó a mover su bombón batido con la pajita.

-Vamos. Deberías pasar página. Hace ya…
-Haga el tiempo que haga –de nuevo, Gabriel, cortó la conversación de forma brusca-. Te agradezco que trates de ayudarme pero…, ahora mismo no es el momento.

Antes de que ella pudiera rebatirle nada llegaron Laura y José, otros dos viejos amigos de Gabriel. Se levantaron para saludar y todos se sentaron alrededor de la mesa. Pidieron algo para tomar.
Hablaron largo y tendido. Laura y José les contaron que habían comprando un pequeño piso en el centro de la ciudad. Tras contarlo, guardaron silencio repentinamente. Todos miraron a Gabriel, que contemplaba la espuma yacer sobre el culo de la copa. Esperaban quizá una reacción de él, algún gesto que contara algo, pero él sólo se limitó a sonreír.
Todos supieron que estaba bien, hacía ya tiempo de aquel desgraciado accidente y las heridas ya estaban sanando.

Pronto llegó el resto. Gabriel se levantó para saludar a todos, uno por uno. Hacía tiempo que no coincidían todos en la ciudad. Acercaron un par de mesas más y todos se sentaron. Conversaron durante horas sobre cómo les iba en sus vidas.
Gabriel se inundó de toda esa felicidad y olvidó todo por un momento. Sus amigos alabaron su labor como periodista pero él le restó importancia. Para él no era más que un trabajo que se le daba bien por pura vocación.

El teléfono de Gabriel volvió a sonar mientras conversaba con algunos de sus amigos. Lo sacó rápidamente del bolsillo de su pantalón, descolgó y se lo llevó a la oreja sin mirar quien era. Se disculpó con un gesto por cortar la conversación antes de hablar.

-Dígame.
-Sé lo que haces –dijo una voz ronca.
-¿Cómo dice? –preguntó inmediatamente Gabriel frunciendo el ceño.

La llamada se cortó. Gabriel, extrañado, miró la pantalla de su teléfono para ver el número del teléfono desde el que le habían llamado. Pero para su sorpresa no había número. Habían hecho la llamada con número oculto.
Gabriel guardó de nuevo el teléfono. Se mantuvo en silencio, con un serio gesto de preocupación mientras el resto de sus amigos continuaban con la conversación.
Carmen se percató de que algo no iba bien.

-¿Quién te ha llamado, Gabriel?
-No, nadie. Se habían equivocado y han colgado –contestó él.

Seguía pensando, pero no sabía quién podía haber llamado. Aquellas palabras machacaban su conciencia. Él era muy cuidadoso, ¿quién iba a saber nada? Sacó de nuevo el móvil y miró las últimas llamadas recibidas. Se sorprendió al ver que las seis últimas eran de un número privado.
Se levantó súbitamente de la silla, guardando el teléfono en el bolsillo, y puso sobre la mesa un billete de 10 euros.

-Lo siento chicos, pero me tengo que ir –dijo despidiéndose de todos.
-¿Tan pronto? Vamos, espera un poco. Que ahora estamos en lo mejor –le dijo uno de sus amigos.
-No puedo tío, tengo que ir urgentemente a la redacción –respondió enseguida-. Otro día echamos otro rato, me lo he pasado bien.
-Gabriel, otro día no olvides traerme mi libro. Que hace ya tiempo que lo tienes –le dijo Laura.
-Sí, descuida. No sé muy bien donde lo tengo, lo tengo que buscar, pero te prometo que te lo devolveré pronto.

Gabriel se despidió de todos y se marchó.

Sus pasos eran largos, tenía prisa. No tardó en llegar al puerto deportivo. Paseo durante unas horas por los muelles del puerto y allí lo vio. Sin duda era él. Estaba sentado en el muelle, cerca de su barco. Lo observó durante un rato y, justo antes de que anocheciera, se marchó.

Días más tarde Gabriel volvió al puerto. Estaba comiendo en el restaurante. Había pedido que lo pusieran en la mesa más cercana a las ventanas que daban al puerto. Después de comer salió al balcón, se apoyó sobre la barandilla y le volvió a ver. El anciano llevaba a una niña de su mano; señalaba con el bastón su barco. Mientras tanto, los padres de la niña se despedían desde la terraza. Tomarían café mientras que la niña veía el barco.
Gabriel observó la escena desde lo alto del balcón. Sin duda alguna, era Carlos.

Continuará…



Obra original de Jesús Muga
14-Noviembre-2011 

lunes, 7 de noviembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x01-Las dos caras


Parque Nicolás Salmerón - Almería


Su caminar era lento y sinuoso. Ya llegaba al fin su paseo diario.

Bajó por La Rambla hacia el Parque de Nicolás Salmerón. Portaba un viejo libro en sus manos, ni si quiera lo había abierto. Caminó por el parque buscando el cobijo de los árboles más viejos, sus pasos lo llevaron casi hasta la rotonda de la fuente de los peces.
Allí había un gran árbol. Su espesa copa apenas dejaba pasar la luz mortecina de la tarde, y sus raíces, gruesas y alargadas, dibujaban a su antojo sobre el suelo diversas formas.

Se sentó en el banco más cercano al árbol, puso el libro sobre sus piernas y contempló en silencio, taciturno, la portada. Pocos minutos después un anciano se sentó en el mismo banco, al otro extremo. El joven parecía no haber notado la presencia del anciano, continuaba ensimismado mirando la portada del libro en total silencio.
El anciano le miró sonriendo. No dijo nada, tan sólo observo guardando el mismo silencio. No tardó en apartar sus ojos del chico para mirar lo que acontecía a su alrededor.
Entonces, el joven le observó con disimulo.

El anciano tenía entre sus manos un bastón de madera. Deslizaba su pulgar por el relieve de la empuñadura, una impresionante talla de la cabeza de un águila, y movía de forma nerviosa la pierna izquierda. Tenía el pelo canoso y un espeso bigote, no era muy alto a pesar de su corpulencia.

Justo antes de que el anciano se girase hacia él, volvió súbitamente la vista al libro. El anciano sonrió nuevamente.

-Me gusta venir aquí por la vida que hay –dijo el anciano.

El joven ni se inmutó ante las palabras del anciano. Continuaba mirando el libro, ignorando a propósito todo lo demás.

-Míralos, tan inocentes –continuó el anciano-, sin preocupación alguna. Sin temor a los golpes o placeres que les depararán sus vidas. Cómo me gustaría volver a ser un crio, volver a esa inocencia y despreocupación. Eso sí, sin saber nada de lo que sé, claro –explicó el anciano riéndose-. Por cierto, me llamo Carlos García.

Carlos tendió la mano al joven, pero éste le ignoró una vez más. Tras retirarle la mano reflejando en su rostro la indignación por tal descortesía, el anciano se pasó la mano por la boca y volvió la vista al frente.

-Perdone mi intromisión, no era mi intención molestarle –espetó tajante Carlos-. Pero déjeme decirle algo –mirando de nuevo al joven-. La concentración no aparta a la educación.

Y tras decir esas últimas palabras se inclinó hacia delante apoyando ambas manos sobre el bastón.
No dijeron nada durante un instante. El chico seguía prestando toda su atención a aquel libro mientras que el anciano no apartaba la vista de una niña pequeña.  El joven se percató de lo que estaba ocurriendo, de la expresión que mantenía Carlos en su rostro. En aquel momento sintió más curiosidad por el anciano y aumento su deseo de conocerle.

-Me llamo Gabriel –dijo el joven ante la sorpresa de Carlos.

De nuevo se hizo el silencio. El anciano parecía ser quien le ignorara a él, pero no tardó mucho en volver a acomodarse en el banco y girarse hacia Gabriel.
Se miraron a los ojos manteniendo el gesto serio y una tensión asfixiante. Carlos tomó aire, no pudo evitar fijarse en la novela que sostenía Gabriel sobre sus manos.

-Buena novela. La leí hace años y me pareció una gran historia.
-Aun no la he leído, nunca he abierto este libro –contestó Gabriel.

No esperaba tal respuesta. Le era extraño haberle visto tan absorto en aquella novela y que, a pesar de todo, no la haya leído.

-Aun así, sé más o menos de que trata –explicó Gabriel al ver la cara de asombro de Carlos.
-¿Y por qué aun no lo has leído?
-No quiero llevarme una decepción –contestó tajante Gabriel.

El anciano asintió con la cabeza. No entendía que el chico llevara un libro que probablemente jamás abriría. Aun así, decidió no indagar más.

-Creo que todas las personas tienen dos caras, dos identidades –comenzó a explicar Gabriel-. Una es la visible, la que debemos mostrar al mundo, la correcta ante la sociedad. Lo que debemos ser. La otra es nuestra naturaleza real, la animal. Esa que se comporta mediante el instinto, la necesidad. Esa que debemos ocultar porque moral y socialmente no es la correcta. De eso creo que trata el libro.

Carlos permaneció atónito. No esperaba tal respuesta del joven. Parecía conocer a fondo la historia de aquella novela a pesar de no haberla leído nunca.

-¿Cómo…, cómo puede ser que conozcas tanto de la novela sin haberla leído? –preguntó Carlos con curiosidad.
-Esta historia está más que trillada –explicó Gabriel-. Cada día me cruzo con personas que no son lo que parecen.
-Bueno, todas las personas tienen algo que ocultar.
-Todas no –dijo tajantemente Gabriel.

En el rostro del joven se dibujó una media sonrisa. Carlos se había quedado sin palabras, no sabía que contestar a las palabras de Gabriel.

-Todos tenemos dos caras –dijo Carlos un tanto nervioso.
-Todos tenemos dos caras, pero no cosas que ocultar -aseveró Gabriel.

Carlos frunció el ceño mientras que Gabriel sonreía. Lentamente el joven dirigió su mirada hacia la niña que Carlos miró con tanta atención. El anciano siguió su mirada hasta la niña y rápidamente se giró hacia Gabriel.
Había empalidecido y tragaba saliva, parecía no tener palabras para explicarse.

-No sé en qué estás pensando, pero no es lo que crees –dijo Carlos inmediatamente.
-Todos tenemos algo que ocultar –espetó Gabriel.

Aun sonriendo, Gabriel se levantó del banco y se marchó sin decir nada más.
El viento silbaba entre las copas de los viejos árboles, no tardaría en anochecer y ya todos se despedían del día, preparándose para recibir a la noche. El anciano seguía allí, con aquel libro entre las manos. Gabriel lo había dejado allí, en el banco. Puede que olvidado, puede que a propósito.

Continuará…


Obra original de Jesús Muga
07-Noviembre-2011