Permaneció sentado unos minutos más en
aquella sala. Seguía esperando pacientemente al Inspector Ramírez, aunque su
paciencia estaba a punto de terminar. En aquel momento no se cuestionó la
presencia del anciano en aquel lugar, sabía que tarde o temprano sus dudas
quedarían resueltas.
Se levantó enérgicamente y fue de nuevo
hacia la ventanilla de información.
-Disculpe. Verá, me urge hablar con el
Inspector Ramírez. Si pudiera hacer usted el favor…
-Señor, ya le he dicho que él mismo me ha
pedido que no le moleste.
-Lo sé, pero si le dijera que soy yo
quien…
-Está reunido y no se le puede molestar,
lo siento pero debe esperar a que termine –replicó tajantemente la mujer.
-Mire –dijo Gabriel sacando una tarjeta-,
dígale que me llame a este teléfono en cuanto pueda, que es algo urgente.
Justo antes de que Gabriel le diera a la
mujer su tarjeta escuchó una voz familiar. El Inspector Ramírez y una mujer
venían hablando por el pasillo, desde su despacho.
-Señora, sé bien cómo se siente, pero
debe entender que sin pruebas no podemos retener por más tiempo a una persona
–explicó Ramírez.
-Sé que él lo hizo, mi niñita…
-Están las dos muy nerviosas –trató de
consolar a la mujer-. Lo mejor ahora es que se vaya a casa y permanezca junto a
su hija.
El Inspector pidió a uno de sus
compañeros que la acompañara hasta su casa. Un joven policía se acercó hasta la
mujer y le pidió que le acompañara. Tras dar unos pasos junto al policía, la
mujer se volvió hacia el Inspector.
-Sé que ese viejo tocó a mi niña –aseveró
llorando.
Tras pronunciarse la mujer, ella y el
policía salieron de comisaría. El inspector respiró hondo y se volvió bajando
la mirada. Allí, frente a él, estaba Gabriel.
-Vamos –le dijo a Gabriel moviendo la
cabeza-. Que no me molesten – se dirigió después a su compañera de la
ventanilla de información.
El Inspector puso su mano sobre la
espalda de Gabriel guiándole hacia su despacho. Los dos fueron en silencio.
Al entrar al despacho, el Inspector pidió
a Gabriel que se sentara en una de las sillas que había frente a su mesa.
Mientras tanto, él se dirigió a una de las estanterías situada al lado de su
mesa. Buscaba algo entre los libros.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Gabriel desde
su asiento con enfado.
-Espera –contestó mientras sacaba algo de
entre los libros-. Vienes por esto, ¿verdad?
El Inspector arrojó sobre la mesa la
edición del periódico con la noticia de Gabriel sobre el caso del hombre que se
suicidó en el Cerro y la edición del mismo periódico sin su noticia. Gabriel se
inclinó hacia delante para verlo mejor. Se le escapó una media sonrisa al
verlo.
-¿Qué ha pasado? –preguntó el Inspector
mientras se sentaba en su silla.
-Sabes bien lo que ha pasado. Me la has
jugado Nicolás –sentenció Gabriel.
-En ningún momento te dije que hubiésemos
cerrado el caso.
-¡Claro que sí! –gritó Gabriel claramente
enfadado-. Me dijiste que había sido un suicidio.
-No. Te dije que aparentaba ser un suicidio
según nos dijeron los forenses.
El sonido del silencio volvió a hacerse
en el gran despacho. Gabriel permaneció sentado, mirando los dos periódicos. El
Inspector se levantó y se sirvió algo de café en un vaso de plástico. Echó algo
de café en otro vaso.
-¿Por qué habéis reabierto el caso?
-Realmente nunca se cerró –contestó el
Inspector. Poniendo sobre la mesa, frente a Gabriel, uno de los vasos con café-.
El cuerpo sigue en la morgue. Los forenses deben volver a examinarlo.
-Pero, ¿qué demonios ha hecho que volváis
a tener que examinar el cuerpo?
-Si te cuento esto, no podrás usarlo para
ningún artículo en tu periodicucho. ¿Entendido?
Gabriel tomó el vaso y bebió un pequeño
sorbo. Tardó en afirmar con la cabeza que no usaría la información para un nuevo
artículo.
-Lo digo totalmente enserio. Esta
información no se puede filtrar.
-Que sí, que sí. De veras, no diré nada a
nadie.
-Confío en que esta vez lo cumplas.
-Vamos. Soy tu colega desde antes que te
saliera barba. Joder, si hasta soy el padrino de tu hijo mayor –dijo Gabriel.
-Por eso no quiero que esta vez la
cagues. Hay muchas cosas en juego.
-Te lo prometo –dijo uniendo sus dedos
índices.
-Déjate de niñerías. –El Inspector volvió
a su asiento-. Ayer recibimos una llamada anónima. Nos confesó haber visto cómo
alguien golpeaba al Señor Gutiérrez por la espalda en la cabeza, en lo alto del
Cerro de San Cristóbal. Después esa persona lo tiró por el barranco y se dio a
la fuga huyendo por la parte trasera de la Muralla de Jayrán.
En ese momento un escalofrío atravesó el
cuerpo de Gabriel. Quedó boquiabierto, echándose sobre el respaldo de la silla.
Apretó los puños y tragó saliva. Procuró que su amigo, el Inspector, no notara
su ansiedad.
-Y si lo vio, ¿por qué ha esperado tanto
hasta hacer esa declaración? –preguntó rápidamente Gabriel.
-Por temor a que el asesino lo ataque.
Por eso te pido que no publiques nada acerca de esto. La vida de una persona
puede correr peligro.
-Descuida – espetó Gabriel más sereno-.
Y, ¿no sabéis nada de esa persona? Quién puede ser o algo.
-No. Sólo que tiene una voz ronca, grave.
Y nos pidió que examináramos todo bien en busca de pruebas. Nos dijo además,
que los matorrales suelen esconder secretos –explicó el Inspector-. Tras
declarar dijo que hablaría sólo cuando encontráramos más pruebas, por su propia
seguridad.
-¿Y no pudiste convencerle de que su
seguridad estaba garantizada?
-No. Ese hombre tiene bastante miedo. Cree
que el asesino puede andar tras él.
-¿Tenéis alguna idea de quién puede haber
sido el asesino? –Preguntó Gabriel-. ¿Alguna prueba o algo?
-De momento creemos que pudo haber sido
un ajuste de cuentas –contestó tras haber negado con la cabeza.
-¿Drogas o armas?
-No, nada de eso –contestó rápidamente
Nicolás-. Al Señor Gutiérrez le gustaba bastante el juego. Hacer apuestas que
no podía pagar y cosas así. Creemos que pudo haber quedado en el Cerro con
alguien para saldar alguna cuenta o llegar a un acuerdo y las cosas se
torcieron. Basamos la investigación en eso.
Gabriel respiró aliviado. Asintió con la
cabeza. Tras un instante de silencio, se levantó de su asiento y tomó lo que
quedaba de café en el vaso.
-Bueno, debo marcharme ya. Tengo un
artículo que escribir.
-Espera, espera –dijo rápidamente el
Inspector mientras se levantaba-. Sabes que de esto…
-Ya, descuida –le interrumpió Gabriel-.
Es para arreglar el malentendido del artículo poco veraz de esta mañana. Nos
vemos –dijo sonriendo.
Ambos amigos se despidieron con un fuerte
abrazo y Gabriel se marchó de la comisaría. Fue directo a la redacción para
escribir un nuevo artículo sobre el caso. Después se marchó a casa.
Al llegar, justo al entrar por la puerta,
recibió una llamada desde un número oculto al teléfono de su casa.
-¿Sí? –dijo descolgando el teléfono.
-Pronto todos sabrán la verdad.
Empalideció al escuchar aquella voz
grave. Gabriel no tardó en colgar el teléfono.
Continuará…
Obra original de Jesús Muga
Obra original de Jesús Muga
25-Noviembre-2011