lunes, 30 de enero de 2012

La oscuridad en la luz-1x11-Un respiro



-Pues ya está todo señorita Marchena –dijo amablemente el inspector-. Gracias por cooperar con nosotros.

El inspector se levantó de su asiento y Carmen tras él. Ella respiró hondo mientras él se acercaba a ella.

-Ahora, si me acompaña hacia la salida…
-¿Y qué pasará con Gabriel? –preguntó Carmen.

El inspector guardó silencio por un momento. No sabía muy bien qué contestar a Carmen y su expresión le delataba. Él, sin duda, seguía pensando que Gabriel ocultaba algo. Y también tenía la certeza de que el incidente de aquella noche tenía mucho que ver con todo lo que había pasado antes y en lo que Gabriel se había visto envuelto.

-¿De veras crees que él pudo haber matado a todas esas personas? –volvió a insistir Carmen.
-Me gustaría poder pensar que no es así.
-No es necesario que me acompañes a la salida –Carmen, indignada, cogió su bolso y su abrigo para después dirigirse hacia la puerta.
-Carmen, comprende que es mi trabajo y que por muy amigo de Gabriel que sea, tengo que sopesar todas las posibilidades y tenerlas muy en cuenta.
-Y lo entiendo –contestó desde la puerta- pero…, Nicolás, puedes darle un respiro por eso mismo, porque es tu amigo.

El inspector guardó silencio de nuevo. Lo que dijo Carmen le hizo tambalearse. Quizás estaba demasiado obsesionado con todo aquello, quizás Gabriel era más que inocente.
Carmen esperó alguna palabra suya antes de salir, pero sólo halló silencio.

-Por favor, si hablas con él, dile que me he ido a casa a descansar y que me llame cuando termine todo esto –pidió Carmen al inspector.

Él tan sólo asintió con la cabeza. Y finalmente, ella, se marchó cerrando la puerta. Dejándolo allí solo con sus pensamientos.
El inspector caminó apesadumbrado hacia su silla y se desplomó sobre ella con total desgana. Su estrategia no daba frutos y eso le consumía. Se había encargado de interrogar personalmente a Carmen sobre lo ocurrido en el Cerro para tratar de sacar algo en claro, pero no fue así. Sabía perfectamente que Gabriel no le diría nada, por lo que ordenó a uno de sus compañeros que le tomara declaración.
Las palabras de Carmen martilleaban con fuerza en su interior. En parte, ella tenía toda la razón. Quizá está tan pendiente de Gabriel que se le escapan otros detalles. Podía ser que Gabriel no fuera el malo de la película sino una víctima más.

Tras meditar largo rato en su despacho, el inspector salió de allí y fue al despacho donde se encontraba Gabriel. Antes de entrar llamó a la puerta y después la abrió. Al ver su compañero que se trataba de él, no tardó en salir.

-¿Ha conseguido sacarle algo? –preguntó el inspector.
-No, señor. Tan sólo me ha contado, con todo detalle, lo que ha pasado esta noche.
-¿Ha confirmado todo lo que ha dicho con lo que vio el agente que lo seguía?
-Sí, señor. Según el agente, todo cuanto ha confesado ha sido lo que ha tenido lugar esta noche.
-¿Ninguna irregularidad?
-Me temo que no, señor –contestó su compañero.
-De acuerdo. Entré ahí y dígale que ya se puede marchar. Acompáñele a la puerta.
-De acuerdo, señor.

Al darse el inspector la vuelta, su compañero llamó su atención antes de volver con Gabriel.

-Señor.
-¿Sí? –preguntó el inspector dándose la vuelta hacia su compañero.
-¿De veras cree que este chico es el responsable de todos esos crímenes?
-No lo sé –dijo tras una larga pausa-. Pero…, nosotros somos los encargados de averiguarlo. ¿No le parece?
-Sí, señor –contestó sumiso.

El agente entró inmediatamente al despacho para decirle a Gabriel que se podía marchar. Mientras tanto, el inspector caminó con lentitud hacia su despacho.
Continuaba en ese estado de desgana y preocupación. Una vez en su despacho, se acercó hacia uno de los muebles del cual sacó un vaso pequeño de cristal y una botella de coñac. Puso el vaso sobre su gran mesa y justo cuando fue a llenarlo, alguien llamó a la puerta de su despacho.
Se asustó y vertió un poco sobre la mesa.

-¡Ahora mismo abro! –dijo el inspector mientras limpiaba el coñac derramado sobre la mesa.

Ocultó la botella y el vaso tras la mesa antes de dirigirse a la puerta. La abrió y su sorpresa fue mayúscula al encontrarse frente a él a Gabriel. Tras un instante de incertidumbre, le invitó a pasar.
Gabriel se sentó en la silla frente a la mesa bajo la atenta mirada del inspector.

-¿Hoy no querías hablar conmigo, Nicolás? –preguntó mirándole desde su asiento.
-Tenía otras cosas que hacer –dijo dirigiéndose hacia su sillón.
-Ya. Tenías que preguntar a Carmen por lo de esta noche. Espero que sus respuestas hayan sido mejores que las mías.

Sentados, uno frente al otro, y en absoluto silencio. La tensión que allí había era indescriptible. Parecía que en cualquier momento, uno de los dos, estallaría allí mismo.

-¿Porqué sigues pensando que yo fui quien mató a esas personas? ¿Qué tengo que hacer para demostrarte que no es así? –preguntó con enfado Gabriel.
-Sólo son sospechas. Te has visto envuelto en demasiadas cosas. Como en lo de esta noche…
-¿Acaso crees que soy culpable de la agresión de esta noche?- le interrumpió-. O incluso, ¿crees que yo fui el agresor? ¿O el que empezó todo? Ni si quiera te has dignado a preguntarme a mi directamente sobre ello. Ni si quiera te has preocupado por mí.
-¿Y tú que sabrás? –dijo inclinándose hacia delante, visiblemente enfadado-. Sabes que te he salvado el culo en muchas ocasiones, pero esto es más grave de lo que crees.
-Adiós Nicolás –dijo Gabriel levantándose del asiento repentinamente y dirigiéndose hacia la puerta-. Y, no te preocupes. No tendrás que volver a salvarme el culo.

Después de contestar al inspector se marchó del despacho dando un fuerte portazo. El inspector permaneció sentado, asombrado por todo lo que estaba pasando. Pero decidió hacer caso a Carmen y dar un respiro a Gabriel.
Tras un par de horas de soledad en su despacho, fue a reunirse con los agentes que llevaban el caso.

-¿Qué ha dicho? –preguntó con seriedad el inspector.
-Ha contado exactamente lo que hemos visto. Yo mismo vi a ese tipo ir hacia él y amenazarle. Sólo actuamos cuando vimos que era totalmente necesario, como usted nos indicó.
-¿Sabemos algo de ese hombre?
-No, escapó y no pudimos seguirle. Le perdimos la pista, señor.
-Bien, quiero que lo encontréis y me lo traigáis aquí. Sea como sea. ¿Algo más? –preguntó de nuevo el inspector.
-Si –dijo otro agente-. A mí me dijo al traerle a comisaría que sabía que le había puesto vigilancia. Además, me dijo que había pillado a un agente siguiéndolo el mismo día de la agresión y que a medio día estaba frente a su casa.
-¡Joder! –gritó el inspector golpeando la mesa con enfado-. ¿No os pedí que fuerais cuidadosos?
-Y lo hemos sido –contestó otro agente-. Ese día no le seguimos hasta que salió por la tarde de su casa en moto. Ninguno de nosotros le siguió antes, señor.
-Entonces, ¿quién demonios le siguió?
-Pudo haber creído que alguien lo seguía…
-No –cortó tajante el inspector-. Gabriel se fija demasiado en ese tipo de detalles. Si dice que alguien lo seguía, era así.
-¿Y quién cree que pudo ser? –preguntó con curiosidad un agente.
-Tendremos que averiguarlo… -espetó el inspector.



Continuará…




Obra original de Jesús Muga
29-Enero-2012 

lunes, 23 de enero de 2012

La oscuridad en la luz-1x10-Señales de vida



Miraba la punta de sus zapatos. Estaba allí, de pie, esperando a que ella llegara. Levantó la vista y miró buscando el autobús pero aun no había llegado. Llevaba ya tiempo esperando y se estaba empezando a impacientar. Cogió su teléfono móvil para llamar y justo cuando estaba marcando su número, apareció el autobús en la estación.
Se dirigió directamente a la dársena y espero a que el autobús aparcara para ponerse frente a la puerta. Miró a través de los cristales del autobús, buscándola, mientras otros pasajeros bajaban. La vio caminando hacia la parte trasera del autobús y él no tardó en seguirla para esperarla en la puerta. Nada más bajarse, le dio un beso en la mejilla.

No tardaron en sacar su maleta del autobús y salir de la estación.

-¿Cogemos un taxi? –preguntó Sara mirando a su alrededor.
-No. Iremos andando.
-Pero… ¿no está un poquillo lejos de aquí?
-No mucho, iremos dando un paseo. Además, así te despejas un poco del viaje –zanjó Gabriel la conversación.

Gabriel llevaba la maleta y Sara le seguía. Ella no sabía muy bien por dónde le estaba llevando Gabriel, siempre había ido por el mismo sitio a casa y aquella zona no la conocía demasiado bien. Aun así, le siguió sin poner en duda lo que hacía.
Callejearon por las calles que había entre La Rambla y la Avenida del Mediterráneo.

-¿Estás seguro de que es por aquí? –preguntó la chica tras llevar un buen rato andando.
-Claro que es por aquí. Con todo el tiempo que llevas, ¿aun no conoces esta zona de la ciudad?
-Es que siempre suelo ir por calles principales.
-Bueno. No te preocupes. Me conozco bien la ciudad y sé de sobra que esta es una zona segura –dijo Gabriel mirándola.
-Gabriel. Quería darte las gracias por haber venido a recogerme –dijo tras una pausa-. No quería llegar a la estación y sentirme sola –se sinceró Sara.
-De nada mujer. Para eso estamos. Además, tu prima no podía y a mí no me cuesta ningún trabajo venir a recogerte.
-¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? –preguntó Sara tras un largo silencio.
-Más del que puedo recordar –contestó rápidamente Gabriel-.  Llevo aquí toda la vida.
-¿Tus padres también son de aquí?

Tras escuchar aquella pregunta, Gabriel dejó de caminar repentinamente. Sara continuó caminando y se volvió al ver que Gabriel se había parado.
Permaneció en silencio, mirando al suelo. Tras un instante en el que parecía estar completamente ausente, Gabriel levantó la mirada hacia Sara.

-Vamos. Aun queda un rato de camino.

Y tras decir esto, Gabriel continuó caminando. Sara se reparó, viendo, en silencio, cómo él pasaba por su lado. Cabizbajo, entristecido; Gabriel no volvió a pronunciarse y tampoco Sara intentó sacarle alguna palabra más.
No tardaron en llegar a su casa. Gabriel ayudó a subir el equipaje a Sara.

-Bien, pues aquí lo tienes todo –dijo Gabriel poniendo la maleta en el suelo.

Los dos se quedaron en silencio, uno frente al otro. Gabriel evitó cruzar la mirada con Sara mirando, disimuladamente, algunas de las cosas que había en el salón.

-Bueno, pues…, me voy –dijo Gabriel girándose hacia la puerta.
-Espera. ¿No quieres tomar algo? Un café, una cerveza…
-No. Tengo que irme ya. Ya nos veremos –tras contestar, fue hacia la puerta.
-Gabriel –dijo Sara llamando su atención antes de que saliese-. Perdona si lo que te he dicho antes te ha molestado, no era mi intención…
-Descuida –dijo girándose hacia ella-, no pasa nada.

Gabriel se marchó a casa. Caminaba rápido. Yendo, de nuevo, por las calles más recónditas de la ciudad. Aun le quedaba un rato para llegar cuando sonó su teléfono. Era Carmen quien le llamaba.

-Ya era hora de que dieras señales de vida –dijo Carmen nada más descolgar-. Si no te llamo yo ni te preocupas en llamar. ¿Qué tal todo?
-Pues bien. No me puedo quejar. Con mucho trabajo. Y tú, ¿qué tal?
-Bien también. La verdad es que he estado también liada. Oye, ¿qué te parece si quedamos esta noche y hablamos un rato? –preguntó Carmen.
-Pufff… Esta noche no puedo. Acabo de llegar de recoger a tu prima Sara y tengo que adelantar trabajo para mañana.
-Entonces, ¿has ido tú a por ella al final?
-Claro, como tú no podías…
-¿Cómo que no podía? –le interrumpió Carmen-. Pero si yo misma le dije ayer que iría a por ella y me dijo que no hacía falta, que se pillaría un taxi. Además me dijo que era muy probable que viniera en avión.
-Vaya. Pues a mí me llamó hace unos días para decirme que fuera a la estación de tren a recogerla porque tú no podías –contestó Gabriel-. Bueno, no pasa nada –dijo Gabriel tras un breve silencio entre los dos-. Ya está en casa que es lo que importa.
-Ya… Bueno chico, pues si no puedes quedar esta noche, cuando puedas quedar me dices algo y ya está –dijo Carmen un tanto enfadada-. Te dejo, que voy a salir a por unas cosas. Un beso. Adiós.

Colgó antes de que Gabriel pudiera decir algo más. Le extrañó todo aquello pero no quiso darle más importancia de la que realmente tenía.

Al llegar a su casa, subió las escaleras tan rápido como pudo y nada más entrar corrió hacia una de las ventanas.
Movió la cortina lo justo para poder ver lo que pasaba fuera pero evitando que le pudiesen ver a él. No había nada, ni nadie. Esperó paciente y, de pronto, vio como un hombre cruzaba la calle y se ponía frente a su casa. Aquel hombre sacó un teléfono móvil y comenzó a hablar mientras miraba con total atención a las ventanas. Gabriel no pudo evitar sonreír. Sin duda, aquel hombre le llevaba siguiendo todo el día. Ya era la tercera persona a la que pillaba siguiéndole desde lo del puerto.

Gabriel cogió rápidamente su teléfono móvil e hizo una llamada.

-Carmen. Soy yo. Verás, lo he estado pensando mejor y…, creo que deberíamos quedar esta noche para hablar y eso… ¿Qué te parece?
-… ¿Y ese cambio tan repentino de planes? –dijo ella tras un largo silencio-. ¿No te sentirás mal por algo, verdad?
-No, por nada. Que si no quieres quedar no pasa nada…
-No…, perdona. Claro que quiero quedar –respondió Carmen cambiando su actitud-. ¿Me paso por tu casa?
-No. Quedamos mejor en el Cerro a las 10 más o menos. Tengo una sorpresa para ti.
-Vale. Me parece bien. Hasta esta noche. Un beso.
-Venga, un beso guapa –se despidió Gabriel.

Salió en moto. Fue a comprar un ramo de rosas y dio una vuelta por la ciudad antes de subir al Cerro de San Cristóbal. Llegaba con algo más de media hora de antelación y esperó allí, en total oscuridad, mirando cómo lucía la ciudad. Estaba todo tranquilo, apenas se podía oír el murmullo del ruido que provocaba el tráfico.
De una de las calles contiguas al cerro salió, de repente, un coche a gran velocidad que subió hasta el lugar donde él se encontraba. Del coche en marcha, y con las luces cegando a Gabriel, se bajó alguien y se puso justo al lado del coche. Gabriel trató de ver quién era pero le fue imposible por el fuerte destello de las luces.

-No te acerques –le dijo el hombre con voz grave.
-No me lo puedo creer… -dijo Gabriel tras dar una sonora carcajada-. ¿De verdad eres tú?
-Me dijiste que diera la cara. Pues aquí estoy –respondió desafiante-. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Matarme? –dijo levantando los brazos enérgicamente.
-¿Acaso me vas a matar tú?
-Puede que sí –contestó el agresor.

Aquel hombre se llevó una de las manos a la chaqueta y Gabriel, asustado, retrocedió un paso levantando ambas manos y dejando caer el ramo al suelo. Antes de que al hombre le diera tiempo de sacar algo de su chaqueta, otra persona subía hacia el cerro gritándole para que no hiciera nada. El agresor subió inmediatamente a su coche y, a toda velocidad, escapó por el mismo lugar por el que había venido.
Cuando aquella persona llegó al lugar donde estaba Gabriel, le enseñó su placa y le apuntó con su arma. Le pidió al chico que pusiera las manos sobre la cabeza y se arrodillara. El policía le estaba registrando cuando llegó un coche de policía, del cual se bajó el inspector Ramírez, que se dirigió rápidamente hacia Gabriel.

-Pero, ¿qué haces tú aquí? –dijo el inspector, sorprendido, al verlo.
-¿Qué está pasando aquí? –dijo Carmen nada más llegar-. ¿Gabriel? –también se sorprendió al verle en aquella situación.
-La estaba esperando a ella, inspector –dijo Gabriel al verla.

Lo único que rompía el silencio en aquel lugar era la sirena del coche de policía.

-Los dos os venís conmigo –dijo el inspector-. Tenéis que aclararme lo que ha pasado aquí.



Continuará…




Obra original de Jesús Muga
18-Enero-2012 

sábado, 21 de enero de 2012

Mejoras en el blog: Listas de recomendados

Hola a todos!!

Hay nuevas mejoras en el blog. Llegan las nuevas listas de recomendaciones a La Vereda.

Son cuatro listas en las que os recomendamos, según nuestro criterio, las mejores películas, series que os engancharán, música de todos los estilos y los mejores videojuegos de todas las consolas. Además, tendréis una lista de Webs Recomendadas que os llevará directamente a la página recomendada con tan sólo un click.  En las listas aparecen ordenados alfabéticamente, no por orden de prioridad o de calidad.
Estas listas se irán actualizando semanalmente para ayudaros a elegir en caso de dudas.

Quería aprovechar esta entrada para agradeceros la gran acogida que ha tenido la sección Relatos Cortos y en especial a la serie, La oscuridad en la luz.

Tened claro que sin vosotros, esto no sería posible.

Un cordíal saludo,
Staff de La Vereda de la puerta de atrás.

martes, 17 de enero de 2012

La oscuridad en la luz-1x09-Tras el amanecer




Estaban sentados, uno frente al otro. Juan Pérez sacó del bolsillo interior de su chaqueta un puro.

-¿Puedo…? –preguntó levantando el puro entre sus dedos índice y corazón.
-Sí, sí. Descuide.

Nada más recibir la respuesta del inspector Ramírez, se lo llevó a la boca y buscó, con ambas manos, en los bolsillos de su chaqueta. El inspector no tardó en sacar un encendedor de su bolsillo y ofrecérselo. Juan no dudó en cogerlo para encender su puro.

-Gracias, señor Ramírez –dijo tras exhalar una gran bocanada de humo.
-¿Le importa si grabo esta conversación?
-No. Por supuesto, grábelo –contestó devolviéndole el encendedor.
-Bien, recuerde que debe decir antes de la declaración su nombre y lo que antes le he dicho. ¿De acuerdo?
-Sí, no se preocupe. Cuando quiera podemos empezar.
-Adelante –murmuró el inspector mientras daba al botón de su vieja grabadora.
-Mi nombre es Juan Pérez Medina y, en plena posesión de mis facultades, vengo a declarar, libre de coacción alguna, lo siguiente –tras decir esto, dio una calada larga al puro; continuó-: La noche del crimen, Gabriel, el sospechoso de haber asesinado al señor Díez, estaba en el lugar de los hechos –aseveró ante la atenta mirada del inspector Ramírez- y en el justo momento en el que sucedió.
-¿Afirma entonces, señor Pérez, que Gabriel estuvo en el lugar de los hechos cuando estos ocurrieron? –preguntó con seriedad el inspector.
-Sí.
-¿Cómo puede afirmar usted tal cosa sin haber estado en el lugar de los hechos en ese preciso momento?
-Porque fui yo quien le pidió a Gabriel que fuera a ese lugar y en ese momento –dijo Juan Pérez acomodándose en su asiento.

El inspector Ramírez frunció el ceño y tragó saliva. Sorprendido, guardó silencio y se inclinó hacia delante. Miró atónito la pasividad que Juan mostraba tras su confesión. La grabadora seguía recogiendo todo lo que allí se decía.

-Perdone, ¿cómo dice?
-Sí, como lo oye señor Ramírez –espetó Juan tras una sonora carcajada-. Yo mandé a Gabriel ir allí.

El inspector Ramírez no salía de su asombro. No tenía claro nada de aquel asunto y no sabía de qué manera reaccionar. Aquellas declaraciones escapaban a su entendimiento y no comprendía el motivo por el cual Gabriel iría a aquel lugar.

-No se preocupe inspector. Todo tiene una explicación.
-Prosiga entonces –le pidió prestándole toda la atención.
-Gabriel me comentó que tenía algunas sospechas acerca de que Carlos Díez podría estar haciendo cosas un tanto ilegales. Le pregunté sí, realmente, él estaba seguro de afirmar algo así, si tenía pruebas. No tardó en contestarme que vio algo que fue determinante para acrecentar sus sospechas. Por lo que le ofrecí mi total apoyo para buscar pruebas con el fin de delatarlo y tener la primicia de la noticia. Sería algo bueno para el periódico.
-Ya, pero, ¿qué hacía allí Gabriel a la hora del crimen? ¿Cómo puede asegurar que no fue él quien lo hizo?
-¿Cree usted que Gabriel podría matar a alguien? –dijo riéndose-. Yo creo que no.
Pedí a Gabriel que encontrara una prueba cuanto antes y él me dijo que buscaría en su barco, no sabía que lo fuera a hacer anoche, la verdad. Yo no iba a impedírselo, usted sabe tanto como yo cómo es el chico. Cuando me enteré de lo que pasó en el puerto me preocupé. En un principio temí que se pudiera tratar de él. Lo llamé y me dijo que estaba en un bar cercano. Eso me tranquilizó.
-Y, ¿qué hizo en las horas previas a su llamada? En esas horas le perdió la pista, no puede saber lo que hizo -cortó el inspector tajante la declaración de Juan-. ¿Cómo sabe usted que no fue él quien asesino a Carlos Díez cuando éste le descubrió en el barco?
-Tiene razón. Yo no estaba con él. Le pregunté si había conseguido alguna prueba y me contestó que no pudo porque Carlos había vuelto al barco antes de lo que él creía. Por lo que tuvo que irse de allí. Le pregunté, de nuevo, si sabía lo que había pasado en el puerto y me dijo que no. Entonces le pedí que fuera a ver lo que había ocurrido y que cubriese la noticia. Le repito, inspector, que no creo que Gabriel fuera capaz de matar a alguien.
-¿Cómo sabía que lo teníamos aquí retenido?
-Él me dijo que tendría el artículo a primera hora y suele ser muy puntual. Por lo que al no verlo por la redacción pensé que podría estar aquí, sacándole a usted algo de información sobre lo ocurrido. Y mira por donde, resulta ser él parte de la noticia. Irónico, ¿no cree? –terminó de explicarse mientras apagaba su puro, aun a medias, en un enorme cenicero de cristal.

El inspector Ramírez no veía nada claro en la confesión de Juan pero, por otra parte, no tenía ninguna prueba concluyente para culpar a Gabriel. Miraba, taciturno, la grabadora.

-Inspector Ramírez –dijo Juan llamado su atención-, ¿de veras cree usted posible que Gabriel matara a ese anciano?
-La verdad es que no lo sé –dijo el inspector tras levantarse y apagar la grabadora-. Gracias por su ayuda señor Pérez. Si me acompaña.

Los dos hombres salieron del despacho. El inspector Ramírez acompañó a Juan a la salida de la comisaría. Allí se dieron un fuerte apretón de manos y se despidieron. El inspector volvió a la sala de interrogatorios donde le esperaba Gabriel.

-Levántate y acompáñame –le pidió el inspector a Gabriel con seriedad.

Juntos fueron hacia un mostrador.

-Sus pertenencias, ya se va –dijo el inspector a la mujer que se encontraba en el mostrador-. Están a nombre de Gabriel, el número es 2406670.

La mujer abrió con llave la puerta que había tras el mostrador y entró. No tardó en salir con una caja en las manos. Tras ponerla en el mostrador, volvió a cerrar la puerta con llave.

-Aquí tiene sus pertenencias señor Gabriel –y fue nombrando cada objeto que sacaba de la caja-: un teléfono móvil, un mechero, una pequeña libretilla, un lapicero, una cartera de cuero y un libro. ¿Está todo, señor? –preguntó la mujer a Gabriel.
-Sí, está todo. Muchas gracias –contestó mientras guardaba todas sus cosas.

El inspector Ramírez acompañó a Gabriel hasta el vestíbulo y allí se despidió de él.

-Perdona las molestias que te hayamos podido causar. Entiende que es necesario.
-Claro, no te preocupes –espetó Gabriel sonriendo-. Sólo miráis por el bien de la sociedad.

Se dieron un fuerte apretón de manos y Gabriel salió de la comisaría. A tan sólo unos pasos de la puerta de comisaría se encontró con su jefe, Juan Pérez, que se acercó a hablar con él.

-No sé lo que hiciste anoche ni me importa. Pero cuenta con que ésta será la última vez que te salvo el culo.
-¿Cómo sabía…? –preguntó Gabriel extrañado al verle.
-Yo también tengo mis contactos –explicó Juan-. ¿Tienes material para el artículo?
-Sí, señor.
-Ve a casa, descansa y en cuanto puedas te pones con ello. Espero, después de todo, que sea algo bueno y todo esto haya merecido la pena.
-Sí, señor. No le defraudará.

Gabriel se marchó a casa. Y justo antes de entrar por la puerta de su casa, recibió una llamada.

-Te has librado por poco.
-Estoy arto de tus amenazas. ¡Da la cara de una vez! –dijo Gabriel claramente enfadado tras escuchar aquella voz. Tras pronunciarse, la conversación se cortó.

Mientras tanto, el inspector Ramírez estaba reunido en comisaría con sus hombres.

-Vosotros tres os encargaréis de vigilar a Gabriel por turnos rotativos. Él no os conoce, por lo que os será más fácil. Procurad que no se dé cuenta de que lo vigiláis o todo se irá al traste.
-Señor, ¿cree entonces que él pudo tener algo que ver con el asesinato de Carlos Díez? -preguntó uno de sus compañeros.
-Tengo algo más que sospechas…



Continuará…



Obra original de Jesús Muga
13-Enero-2012 

lunes, 9 de enero de 2012

La oscuridad en la luz-1x08-La verdad



Permaneció en silencio sentado en aquella fría sala. Tenía las manos sobre su regazo y miraba atentamente al vaso de agua que habían colocado frente a él.
En aquella sala no había más que una mesa, el vaso con agua sobre ésta y la silla en la que Gabriel estaba sentado. A su derecha había un espejo alargado pero ni si quiera intentó ver su reflejo en él. Sabía que desde el otro lado del espejo observaban cada uno de sus movimientos con total atención. Él espero paciente a que alguien entrara por la puerta.

En la sala contigua, al otro lado del falso espejo, se encontraba el Inspector Ramírez con uno de sus compañeros.

-¿Ha dicho algo? –preguntó el inspector mirando a Gabriel a través del espejo.
-Aun no. Desde que lo trajo no ha apartado la vista del vaso de agua, ni tan si quiera se ha levantado de la silla.
-Y el resto, ¿ha dicho algo?
-No mucho. Tan sólo el guarda de seguridad del puerto le ha reconocido al verle.
-¿Y qué ha dicho? –preguntó girándose hacia su compañero.
-Ha confirmado que el chico es asiduo a ir al puerto. Incluso le saluda al llegar y se despide al salir. Además, ha añadido que suele ir por la tarde.
-Y la camarera, ¿ha dicho algo?
-Nada en claro. Me ha dicho que pasan demasiadas personas por el bar del puerto como para que pueda llegar a recordar algún rostro. Y me temo que el del chico no ha sido una excepción.

El inspector miró de nuevo al chico a través del cristal. Continuaba hierático, sosegado. A penas movía un músculo y mantenía la vista sobre el vaso. Mientras tanto, el inspector apoyó ambas manos sobre la mesa y agachó la cabeza. Permaneció en silencio, en aquella misma postura, durante más tiempo de lo que habría deseado.
Miles de ideas e hipótesis se cruzaban en su cabeza y temía tener que enfrentarse a ellas. No sabía cómo afrontar aquella extraña situación. Sin duda, algo le decía que Gabriel estaba implicado en el crimen cometido aquella noche, pero le conocía bien y pensaba que nunca sería capaz de hacer algo semejante.

Gabriel era como un hermano pequeño para él y no estaba preparado para algo así. Sin embargo, no le quedaba otra opción que hacer su trabajo lo mejor posible. Por lo que apaciguó sus conflictos, apretó los dientes y, expulsando todo el aire de sus pulmones, levantó la cabeza para mirarlo de nuevo.

-No podemos retenerlo por más tiempo, señor –le dijo su compañero-. ¿Deberás cree que tiene algo que ver con el crimen?
-No lo sé, pero para eso estamos aquí –contestó el inspector mirando a su compañero-. Tan sólo lo retendré unos minutos más –continuó mientras se erguía-. Después, lo llevaremos a casa.

Tras decir esto, el inspector se dirigió hacia la puerta.

-Señor…, -dijo el policía llamando la atención del inspector-. No tiene porque hacerlo usted.
-Debo hacerlo yo –zanjó el inspector mientras abría la puerta.

Entró en la sala donde se encontraba Gabriel con total silencio y parsimonia. Antes de sentarse, tiró sobre la mesa una carpeta de papel con varios documentos dentro. Apenas miró al joven, que esperaba en silencio alguna palabra suya.
Tras sentarse, sacó de la carpeta algunas fotografías y las puso sobre la mesa, frente a Gabriel, el cual no mostró ni el mínimo interés por ellas.

-Mira bien esas fotos –le pidió con firmeza el inspector.

Gabriel permanecía en silencio, mirando al inspector fijamente. Lentamente guió su mirada hacia las fotografías.

-El informe del forense dice que Carlos Díez fue asesinado entre las 23:00 y las 0:15 de la pasada noche a causa del traumatismo en la nuca causado por un destornillador largo. Le atacaron por la espalda –continuó el inspector- y creemos que debió ser alguien zurdo.
-¿Y por qué estoy yo aquí, Nicolás? ¿Por qué me estás interrogando? –preguntó Gabriel notablemente enfadado-. En las horas que llevo aquí nadie ha venido a ofrecerme nada, ni comida ni algo para beber. Como si yo fuera un peligroso criminal. Yo no tengo porque estar aquí y lo sabes.
-Perdona, ha sido culpa mía. Ahora pediré que te traigan algo –se excusó el inspector.
-No quiero nada. Tan sólo irme a mi casa. Yo no he hecho nada.
-Gabriel, no me pongas esto más difícil, por favor.
-Te he dicho que yo no he hecho nada. No tienes ni una prueba contra mí, así que déjame marchar inmediatamente –exigió Gabriel un tanto alterado.
-¡Ya está bien! –Dijo el inspector golpeando la mesa con la mano-. Esto no es un juego, Gabriel. Eres sospechoso de un asesinato.
-¡¿Y qué pruebas tienes contra mí?! –gritó Gabriel enfadado, inclinándose hacia delante.
-¡Te han visto, maldita sea!

La respiración agitada, el sudor frio recorriendo sus sienes y, una sensación de malestar y angustia hundían aun más en su asiento a Gabriel. Trató de seguir sus propios pasos buscando el error, el momento justo en el que le podían haber visto, pero no logró encontrar nada.

-Hay gente que dice haberte visto solo en el puerto en las horas en las que puede haberse cometido el crimen. Por eso eres sospechoso. Gabriel, tan sólo necesito saber la verdad –dijo el inspector para calmar todo lo posible la tensión acumulada.

Gabriel permaneció en su sitio callado y sin apenas moverse. Tragó saliva mientras pensaba en alguna forma de justificar el haber estado allí.

-¿Te encuentras bien? -le preguntó el inspector al ver su reacción-. Bebe un poco de agua.
-No –contestó tajantemente-, no quiero beber. ¿Quieres saber la verdad? ¿Por qué estaba allí a esas horas? ¿Qué hacía? Te contaré toda la verdad, todo lo que pasó.
-De acuerdo –dijo el inspector tras una pausa-. Puedes empezar cuando quieras.
-El día que fui a hablar contigo a comisaría vi allí a aquella mujer desconsolada hablar contigo sobre lo que ese anciano le había hecho a su hija. Me sonaba su cara de algo y no fue hasta unos días después cuando recordé que la había visto en el puerto con ese anciano. Él se llevó a la niña para enseñarle el barco mientras sus padres terminaban el café.
-¿A dónde quieres ir a parar?
-Déjame terminar –le pidió Gabriel-. No le di mucha importancia al asunto. Hasta que un día paseando por el puerto vi a un hombre abalanzarse sobre Carlos para pegarle y recriminarle, mientras lo apartaban de él, que había abusado de su hija.
Fui atando cabos que me llevaron a pensar que Carlos podía haber abusado de varias niñas, por lo que decidí vigilarle de cerca. Pensaba delatarle, pero necesitaba alguna prueba más concluyente por lo que tenía pensado entrar en su barco y buscar algo que lo pudiera inculpar.
Sabía sus hábitos y sus horarios pero, anoche regresó antes de lo previsto al barco por lo que tuve salir de allí. Después, me fui del puerto al bar donde había quedado con dos amigas. Una de ellas es Carmen, la puedes preguntar cuando quieras. Después me llamó mi jefe y me pidió que fuera al puerto para cubrir la noticia. Eso fue todo lo que hice anoche.
-Cuántas veces te he dicho que no metas las narices donde no debes –dijo resignado el inspector tras escucharle-. Eres sólo un periodista, así que no te excedas en tus labores porque te puedes meter en líos.
-Es todo lo que puedo decirte.
-De acuerdo, pero aun no puedes irte, tengo que corroborar algunas cosas de las que has dicho.

En ese instante, por megafonía llamaron al inspector. Antes de salir, le pidió a Gabriel que esperara allí. Caminó rápidamente hacia la entrada de comisaría donde le esperaba Juan Pérez, el jefe de Gabriel en el periódico.

-¿Puedo hablar con usted en privado? –preguntó Juan dando un fuerte apretón de manos al inspector.
-Por supuesto, acompáñeme a mi despacho.

Los dos entraron al despacho y el inspector no tardó en cerrar la puerta. Se sentó en su sillón y Juan en una silla frente a él.

-Me he enterado de que tienen retenido a Gabriel, ¿es así? –preguntó Juan.
-Sí. ¿Por qué lo pregunta?
-Es por lo de anoche, ¿verdad?
-Sí. ¿Qué sabe usted de lo de anoche? –dijo el inspector inclinándose hacia delante.
-Si me lo permite, yo le contaré toda la verdad sobre lo que hizo anoche Gabriel.


Continuará…




Obra original de Jesús Muga
22-Diciembre-2011