Debido a un pequeño problema, la producción de "Adiós, amor" tendrá un parón temporal.
Cuando nos encontrábamos en la fase final de la preproducción, la actriz que protagoniza el cortometraje, Andrea Murillo, ha sufrido un leve accidente, por lo que no podrá continuar, temporalmente, con los ensayos. Aún así, trataremos de continuar trabajando en otros aspectos del cortometraje como las piezas musicales que su personaje tocará o el vestuario, así como en el material importante de atrezzo que se empleará en el cortometraje.
En cuanto Andrea se recupere terminaremos la preproducción y comenzaremos con la producción de este proyecto, lo cual esperamos que sea lo antes posible.
Ahora lo importante es que Andrea se recupere lo mejor posible.
Un saludo a todos.
martes, 26 de noviembre de 2013
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Un día cualquiera
Hay días en los que nos levantamos esperando que ocurra algo. Algo que nunca termina de llegar, y entonces, sentimos que no podemos continuar hasta encontrarlo, hasta lograr que ese algo suceda. Y dejamos de vivir la vida, nos sentamos, y limitamos nuestra existencia a ver cómo pasan los días.
No es que seamos infelices, es más, en muchas ocasiones nos invade un sentimiento de felicidad absoluta. Incluso, no vemos tan mal vivir con ese vacío que cada vez se hace más grande, que nos impide avanzar y, sobretodo, vivir con intensidad cada momento, haciendo lo que realmente nos gusta y queremos..., lo que necesitamos hacer. Somos capaces de encerrarnos en la constante espiral de la rutina con pasmosa facilidad, y entonces, nos dejamos arrastrar por una fuerte corriente de pesimismo que nos aleja de nuestras metas y de todo aquello que queremos.
Entonces llega un día en el que nos levantamos y, tras un largo silencio, comprendemos que sólo nosotros podemos hacer algo por nosotros, que nadie vendrá a darnos nada. Que debemos aferrarnos a esas pequeñas cosas que nos ofrece la vida para poder seguir adelante.
Algunos llegamos a entender, quizá demasiado tarde, que no podemos permitirnos dejar pasar los días sin más, que debemos aprovechar cada instante por ser único. Porque lo que pasa, no volverá.
Y es que es un error aferrarse a los errores, al pasado y a las oportunidades desaprovechadas. Debemos aprender a olvidar. No podremos avanzar si miramos hacia atrás.
A veces necesitamos un golpe, algo que nos devuelva a la realidad de una forma más o menos inmediata. Algunos dan con ese golpe; otros se pasan la vida buscándolo. Y cometemos el error cuando dejamos de buscar ese golpe, ya que, con toda probabilidad, suponga el fin de nuestra existencia.
Tenemos que demostrarnos cada día que estamos vivos para evitar estar muertos. Levantarnos sabiendo que haremos algo importante y que somos necesarios para la existencia de otros.
En definitiva, debemos vivir y buscar un motivo por el qué hacerlo.
No es que seamos infelices, es más, en muchas ocasiones nos invade un sentimiento de felicidad absoluta. Incluso, no vemos tan mal vivir con ese vacío que cada vez se hace más grande, que nos impide avanzar y, sobretodo, vivir con intensidad cada momento, haciendo lo que realmente nos gusta y queremos..., lo que necesitamos hacer. Somos capaces de encerrarnos en la constante espiral de la rutina con pasmosa facilidad, y entonces, nos dejamos arrastrar por una fuerte corriente de pesimismo que nos aleja de nuestras metas y de todo aquello que queremos.
Entonces llega un día en el que nos levantamos y, tras un largo silencio, comprendemos que sólo nosotros podemos hacer algo por nosotros, que nadie vendrá a darnos nada. Que debemos aferrarnos a esas pequeñas cosas que nos ofrece la vida para poder seguir adelante.
Algunos llegamos a entender, quizá demasiado tarde, que no podemos permitirnos dejar pasar los días sin más, que debemos aprovechar cada instante por ser único. Porque lo que pasa, no volverá.
Y es que es un error aferrarse a los errores, al pasado y a las oportunidades desaprovechadas. Debemos aprender a olvidar. No podremos avanzar si miramos hacia atrás.
A veces necesitamos un golpe, algo que nos devuelva a la realidad de una forma más o menos inmediata. Algunos dan con ese golpe; otros se pasan la vida buscándolo. Y cometemos el error cuando dejamos de buscar ese golpe, ya que, con toda probabilidad, suponga el fin de nuestra existencia.
Tenemos que demostrarnos cada día que estamos vivos para evitar estar muertos. Levantarnos sabiendo que haremos algo importante y que somos necesarios para la existencia de otros.
En definitiva, debemos vivir y buscar un motivo por el qué hacerlo.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Allí, en las salinas
Un sol de justicia caía sobre el asolado
descampado. No había ni una sombra bajo la que refugiarse. La playa, aún
lejana, se percibía al final del camino como un oasis. En el horizonte se
abrazaban cielo y mar, logrando que no se supiera con certeza dónde empezaba
uno y dónde terminaba el otro. El poco pasto seco que sobrevivía allí relucía
bajo el sol como el mismo oro, mecido con suavidad por la fresca brisa que en
contadas ocasiones regalaba el mar.
Hacía bastante tiempo, demasiado, que
Carlos no se dejaba caer por allí. Recorría el largo camino hacia la playa como
tiempo atrás lo hiciera junto a su padre. Una oleada de recuerdos le sacudió
con tanta violencia que apenas le permitió contener las lágrimas. Miró a un lado
y a otro buscando algo que jamás encontraría, pues aquel lugar había sido
abandonado a su suerte.
Aquellas salinas, rebosantes de vida
hacía ya tantos años, ya no eran más que un testigo mudo de la historia de
todos aquellos que, como su padre, pasaron sus días trabajando bajo el sol. Un
cementerio de historias, una tierra yerma que ya no albergaría vida nunca más.
Carlos caminó junto a las albuferas que
quedaban al lado de la carretera, sin quitar ojo a Tiro, su perro, que le
acompañaba en todos sus paseos.
La poca sal que quedaba acumulada en las
balsas brillaba bajo el sol como lo hace un espejo. Algunos de aquellos
pequeños cristales creaban caprichosas formas sobre la arena. Era una de esas
cosas que le asombraban de pequeño de aquel lugar, esas pequeñas obras de arte
que creaba la propia naturaleza.
Se grababan sus pasos en la tierra al
avanzar hacia la playa. El suelo allí siempre estaba un tanto húmedo. La
solitaria playa se extendía a ambos lados hasta donde la vista podía alcanzar. Tomó
la dirección que le llevaría a casa.
Fue con parsimonia por el camino que
hacía de frontera entre la playa y las balsas donde se trabajaba la sal. En la
distancia avistó una caña de pescar clavada en la arena. No muy lejos se
encontraba el dueño, sentado frente al mar en una de esas tumbonas de plástico.
Tan sólo llevaba puesto un pantalón. Sólo cuando se aproximó a él, pudo
comprobar que tenía el aspecto de un verdadero naufrago. Tenía el pelo mal
cortado y una espesa barba blanca que se enredaba sobre su cuello. En su piel,
curtida por el tiempo, se apreciaban algunas cicatrices. Tiro le ladraba en la
distancia mientras Carlos se acercaba cada vez más al solitario pescador. ¿Qué
haría allí en medio de tanta soledad? Al llegar a su lado, tan sólo pudo
guardar silencio y contemplar el mar. Un profundo sentimiento de paz le
invadió.
-¿Quieres probar? –le preguntó de repente el pescador.
-¿Cómo dice?
-¿Qué si quieres lanzar la caña? –insistió, algo malhumorado.
-Ah…, no. No soy demasiado mañoso en eso.
-¿Quieres probar? –le preguntó de repente el pescador.
-¿Cómo dice?
-¿Qué si quieres lanzar la caña? –insistió, algo malhumorado.
-Ah…, no. No soy demasiado mañoso en eso.
-Los jóvenes de ahora no sois mañosos en
nada –se levantó de su asiento y tomó la caña-. Si tuvierais que comer lo que
cazarais o pescarais, seguro que seríais más habilidosos. ¡Hombres de provecho!
¡Eso es lo que seríais! -Con un brusco movimiento, inclinó todo su cuerpo hacia
delante, lanzando el anzuelo a una distancia considerable. Mientras tanto,
Carlos le miraba asombrado, a la par que le escuchaba con suma atención-. Yo me
he hecho a mí mismo. Aquí, en estas salinas –continuó, clavando la caña en la
arena-. Llevo aquí toda una vida. Demasiado –murmuró.
-¿Usted trabajó aquí? –preguntó Carlos con cierto reparo.
-Y he vivido aquí. Justo ahí –alzó su brazo señalando un lugar vacío al lado del camino. El joven no supo qué decir al ver que allí no quedaban restos de nada-. No. No busques. No hallarás nada más que una tierra yerma. Aquí ya no queda lugar ni para la vida. Todo se fue con la sal.
-¿Usted trabajó aquí? –preguntó Carlos con cierto reparo.
-Y he vivido aquí. Justo ahí –alzó su brazo señalando un lugar vacío al lado del camino. El joven no supo qué decir al ver que allí no quedaban restos de nada-. No. No busques. No hallarás nada más que una tierra yerma. Aquí ya no queda lugar ni para la vida. Todo se fue con la sal.
-Mi padre también trabajó aquí. Y su
padre.
-Mucha gente trabajó aquí. Muchas
generaciones han comido de lo que les daba la sal, hasta que llegaron esas
hienas con sus apuestos trajes y sus buenas palabritas a llevarse nuestro pan,
nuestra vida –enfurecía por momentos. Acompañaba cada palabra con violentos ademanes
y, cada vez, alzaba más la voz-. Algunos luchamos hasta el final mientras que
otros se vendieron como mercancía. Gente miserable a la que sólo le importaba
su bienestar. Mal rayo los parta.
Carlos comprendió, tras escucharle, que
no debía decir nada más. A aquel hombre no le quedaban más que sus quejas y sus
recuerdos, y estaba seguro de que sus palabras sólo lograrían hundirlo y
enojarlo aún más. A su familia, sin duda, le fue mejor que a él.
-Bueno, debo marcharme, se hace tarde –se
excusó antes de silbar para llamar a Tiro-. Espero que piquen mucho, señor.
Se dirigió hacia el camino sin esperar
una respuesta del pescador. Se oía el constante ladrido de Tiro por la
solitaria playa. Carlos volvió a silbar para llamar la atención del perro, pero
no sirvió de nada. Seguía ladrando con cierta desesperación cerca de una de las
balsas.
Al salir al camino, el joven lo volvió a intentar, obteniendo el mismo incesante ladrido como respuesta. No le quedaba otra que ir hacia donde estaba el perro para llevárselo, y fue al llegar allí cuando comprobó que ladraba a algo que había dentro de la balsa. No sabía de qué se trataba, pero algo, en el fondo, se movía con lentitud. Como emergiendo de la espesa masa que había formado la mezcla del agua, la arena y la sal.
Se inclinó un poco más sobre la balsa, tratando de ver mejor lo que había dentro. Frunció el ceño cuando creyó ver una bota, pero no podía ser. No sería nada más que basura. Al retroceder para irse, vio de nuevo cómo algo se movía.
Al salir al camino, el joven lo volvió a intentar, obteniendo el mismo incesante ladrido como respuesta. No le quedaba otra que ir hacia donde estaba el perro para llevárselo, y fue al llegar allí cuando comprobó que ladraba a algo que había dentro de la balsa. No sabía de qué se trataba, pero algo, en el fondo, se movía con lentitud. Como emergiendo de la espesa masa que había formado la mezcla del agua, la arena y la sal.
Se inclinó un poco más sobre la balsa, tratando de ver mejor lo que había dentro. Frunció el ceño cuando creyó ver una bota, pero no podía ser. No sería nada más que basura. Al retroceder para irse, vio de nuevo cómo algo se movía.
Su imaginación le debía estar jugando una
mala pasada, debía ser eso. Dentro de aquella balsa no podía haber una persona.
Era imposible. Se acercó una vez más. Estaba asustado y un tanto alterado. Quería
gritar, necesitaba hacerlo. Un fuerte sentimiento de angustia le presionaba el
pecho. Se acercó demasiado al borde de la balsa. Le falló un pie y por muy poco
no calló dentro. La arena del borde estaba suelta, por lo que tuvo que dar un
paso atrás para afianzarse. Y entonces, lo vio claro. No era más que una bota
suelta. Allí no había más que basura.
Respiró. Se sentía aliviado. Incluso dejó
escapar una carcajada. Se rió de sí mismo, de su propia estupidez y de lo
ingenuo que había llegado a ser al pensar que allí podría haber alguien. Seguía
escuchando los ladridos de Tiro. –Calma, Tiro. No es nada- dijo para calmar al
perro manteniendo la sonrisa en su rostro.
Al girarse lo vio. Un escalofrío le
atravesó como un rayo, desde la cabeza hasta los pies. Sintió un frío punzante
en la nuca. Cuando trató de salir de allí, alguien se le acercó de forma
súbita. Se quedó quieto, contemplando, algo asustado, la figura recortada sobre
el horizonte. Lo poco que el sol le permitía ver.
Sin duda, estaba acorralado. Podía sentir cada respiración, cómo el silencio que gobernaba en las salinas le aplastaba. No podía gritar aunque quisiese, no podía hacer nada más que esperar a que ocurrirse algo. ¿Qué quería aquel hombre de él? Y sin previo aviso se abalanzó sobre Carlos, empujándolo a la balsa.
Se hundía en el fango y no podía hacer nada por evitarlo. Trató de agarrarse a cualquier cosa, incluso intentó gritar, pero se sentía ahogado. Cada uno de sus movimientos le hundía más en el fango.
En su agonía, lanzó uno de sus brazos hacía un
lado y dio con algo alargado. Tiró con todas sus fuerzas, pensó que esa era su
salvación. Una rama, un trozo de madera, una goma, algo que le ayudara a salir
de allí. Tiró con tal fuerza que arrancó algo, y fue al mirar de qué se trataba
cuando lo comprendió todo. Quien lo había arrojado se acercó al borde y fue
entonces cuando pudo verle el rostro. Todo encajaba al fin y se dejó hundir,
contemplando su figura frente a él. Sabiendo, al fin, el motivo por el cual el
pescador estaba allí, en mitad de toda aquella soledad.Sin duda, estaba acorralado. Podía sentir cada respiración, cómo el silencio que gobernaba en las salinas le aplastaba. No podía gritar aunque quisiese, no podía hacer nada más que esperar a que ocurrirse algo. ¿Qué quería aquel hombre de él? Y sin previo aviso se abalanzó sobre Carlos, empujándolo a la balsa.
Se hundía en el fango y no podía hacer nada por evitarlo. Trató de agarrarse a cualquier cosa, incluso intentó gritar, pero se sentía ahogado. Cada uno de sus movimientos le hundía más en el fango.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)