martes, 2 de mayo de 2017

Irrational Man

¿Y si descubrimos que nuestra razón de existir es llevar a cabo un acto amoral? En ocasiones, las dudas sobre las razones de nuestra propia existencia nos asaltan de forma arrolladora logrando que la vida carezca de sentido y haciendo que vivamos por el mero hecho de existir, empujados por una corriente común que nos lleva hacia ninguna parte. Hasta que llega ese momento en el que vemos el claro objetivo por el que estamos aquí y avanzamos inevitablemente y con paso firme hacia él sin tener en cuenta nada más que el punto de llegada. Llevando al límite esa máxima bajo la que algunos actúan: El fin justifica los medios.
Allen nos presenta en esta película unos personajes que se desenvuelven en realidades muy diferentes pero cuyos pensamientos, en algunos puntos, coinciden hasta el momento en el que un acontecimiento hace que se distancien en rutas distintas para después desembocar en un final común.
Uno de ellos, el que personifica de forma espléndida el gran Joaquin Phoenix, es el determinante, quien hace explotar una bomba con la que pretende llevar a cabo un pequeño cambio que mejore un poco el mundo. Pero... ¿Este pequeño cambio mejora en realidad el mundo? ¿Merece la pena el riesgo por mejorar la vida de unas pocas personas? Este personaje nos muestra la importancia de actuar en consecuencia a los pensamientos propios pero sin ser consecuente con las reglas sociales establecidas bajo las que todos solemos actuar. La evolución es tan contundente como el acto que comete y que hace que el mundo a su alrededor se desdibuje tomando otras formas y colores.
Y tras el acto que lo cambia todo, dos tipos de pensamientos muy diferentes de dos personajes que también actúan en consecuencia. El de la madura mujer que asume la realidad alejándose de formalidades y obviando los problemas con tal de lograr de forma egoísta su propia felicidad, abandonando la realidad en la que se encuentra para vivir una fantasía. Y el de la mujer joven, que con ideales bien cimentados se abandona a una realidad fantástica que la desborda, dejando a un lado los convencionalismos para caer en un sueño hasta que despierta de forma brusca y es devuelta a la realidad donde decide que las consecuencias no se pueden obviar. Dos formas, sin duda, de ver una realidad atroz.
Resulta irónico, del mismo modo que poético, el final. Que lleva al personaje principal a recibir su propia medicina. Y es que parece que el caprichoso destino le otorga una dosis de aquello que él mismo defiende.
Diálogos inteligentes de personajes muy bien construidos y con una personalidad bien definida, que tienen lugar en situaciones muy comunes en los que a veces ocurren acontecimientos inesperados que hacen que los giros de guión tengan sentido pese a ser tan sorprendentes e inesperados. Woody Allen en estado puro (El de los últimos años, claro). Un maestro que no deja de enseñarnos sobre cuestiones interesantes que nos hacen reflexionar sobre algunas de las dudas y replanteamientos que todos nos hemos hecho alguna vez.

Y yo me pregunto... ¿Debemos actuar en consecuencia a nuestros pensamientos? Si, definitivamente, si. Siempre y cuando estos actos no vayan en contra de las normas morales y sociales establecidas, claro. Eso marca el tipo de persona que somos y el valor de nuestras palabras. Es fácil predicar con palabras y queda bonito ofrecer un discurso sobre si debemos hacer tal o cual cosa, pero cuando actuamos en consecuencia a lo que pensamos no son necesarias las palabras. Ahora, debemos ser conscientes de que nuestros actos desencadenan en consecuencias y debemos asumir las mismas, sean cuales sean. Somos responsables de lo que hacemos siempre y esto es ineludible, pero también gratificante en algunos casos. Y es que no hay mente más descansada que aquella que es sabedora de que lo que hace, y no sólo lo que dice, es lo correcto. Que palabra y acto vayan de la mano. La palabra de ese tipo de personas tiene un valor especial; sus actos, más aún.