Esto sirve como anticipo a lo que encontraremos en el sitio físico.
El Asador Donostiarra se encuentra en una zona bastante bien conectada con el transporte público de Madrid. Además, para quienes decidan ir en su vehículo personal, dispone de un aparcamiento propio. La parada de Metro Tetuán es la mejor opción si vamos en metro ya que el restaurante se sitúa en una calle cercana: Calle de la Infanta Mercedes, en el número 79. El aparcamiento no está demasiado lejos y parece estar bien señalada su situación (tomé la opción de ir en Metro, por eso no puedo profundizar en este aspecto).
Nada más llegar nos encontramos con un sitio bastante peculiar por fuera. Pequeños jardines frente a la fachada, unos carteles negros maltratados por el tiempo, una fachada de piedra en la que se dibujan ventanas redondas (muy al estilo de la casa de los hobbits de El señor de los anillos). Cada uno de los detalles trata de trasladarnos a otro lugar, alejados del bullicio de la ciudad. Y, por muy extraño que suene, por momentos lo consigue.
Ya al entrar somos conscientes de la cuidada atención al público que ofrece el servicio en este restaurante. Apenas esperamos unos segundos hasta que lo que parece ser el jefe de sala nos asalta para ofrecernos toda su ayuda y atención. Algo muy de agradecer, ya que el tiempo es oro.
Pasamos tras el señor a nuestra mesa y enseguida nos ofrece algo para beber, que acompaña con unos aperitivos cortesía de la casa y la carta.
El interior del restaurante es lo que se espera: un asador. Toda la decoración es rústica, tanto en la construcción como en los objetos que decoran el lugar. Las paredes están cubiertas, por completo, con fotografías de personajes ilustres que han pisado el restaurante así como futbolistas, políticos, artistas y demás... Algo que da caché al sitio.
El entorno invita a comer e indica, además, el estatus y la categoría del restaurante.
Comenzamos con chistorra y unas banderillas de anchoas con guindillas bastante agradables, regado todo con cerveza, claro. Y, pese a que tenemos la carta ya cerrada (cosa que no tardamos en comunicar y que ellos no tardan en solventar), ojeamos la carta para comprobar la gran variedad de platos que ofrece este asador, siendo, por pura lógica, los platos de carne los que más abundan.
Mientras damos buena cuenta de los aperitivos, uno de los camareros se acerca para preguntarnos por el tipo de vino que queremos. Rioja, le contesto, y apenas unos segundos después aparece con una botella que nos muestra pero que no llega a servir al comprobar que aún no habíamos terminado las cervezas. Todo un detalle a tener en cuenta.
Tras descorchar la botella y dejarla sobre la mesa nos enuncia las opciones del plato principal de nuestra carta personalizada para que escojamos. Yo escojo un entrecot a la tabla y mi pareja Merluza rellena de txangurro. Y justo al irse el camarero comienzan a llegar los entrantes: un paté casero de oca acompañado de vinagre balsámico que está de lujo (lo recomiendo encarecidamente), un plato de jamón ibérico bastante generoso y una ensalada de langostinos con bacalao confitado que sabe a gloria. Al terminar las cervezas, una de las camareras se acercó y nos sirvió vino enseguida. Este es uno de esos gestos que marcan la diferencia, que le dan clase al lugar y que logran que te sientas cuidado.
El plato principal no tardó en llegar nada más acabar con los entrantes. Primero el pescado; luego la carne.
Debo reconocer que pese a no ser muy de pescados, pude probar la merluza y estaba bastante buena. La salsa, el relleno. Todo servía como gran acompañante a la merluza sin llegar a quitarle protagonismo. Un plato jugoso y lleno de sabor. Para los amantes del pescado es, sin lugar a dudas, la mejor opción.
Sólo un instante después llegó la carne. Que venía con instrucciones y todo. Primero trajeron el entrecot a medio hacer y bien sazonado. Cortado en tiras de un grosor adecuado. Luego trajeron un plato caliente, como de cerámica. La camarera tomó con dos cucharas un trozo de la grasa del entrecot (dejado de forma estratégica en el plato) para frotarlo contra el plato de cerámica al que después echó algunos trozos de carne para que se terminaran de hacer. Es un verdadero lujo poder hacerte la carne a tu gusto.
Debo reconocer que el entrecot estaba muy tierno y bastante jugoso. Y el que pudiera darle el punto que quisiera o mantenerlo caliente es lo mejor del plato. Por supuesto, el servicio se preocupa en que siempre haya un plato caliente sobre la mesa en el que terminar de hacer la carne. Están muy pendientes de esto.
Antes de los postres trajeron un par de copas de sorbete de limón. Algo para limpiar el paladar y poder disfrutar mejor de los sabores dulces.
Acompañando una botella de orujo y otra de limoncello, llega el primer postre: tejas y una porción de tarta de queso. Este es un postre casero que está delicioso. La tarta de queso está firme y consistente pero cremosa a la vez. Y las tejas están crujientes y con un toque afrutado.
Para finalizar el postre trajeron dos bolas de helado.
Fue al retirar los platos cuando una camarera nos preguntó por si queríamos café o algo más. yo pedí un té verde y creo que mi pareja se decantó por un café. Una pequeña caja de bombones, regalo de la casa, fue la guinda a un menú y una comida para recordar.
Qué más decir de este lugar. Cuidan todo detalle y siempre están pendientes del cliente. No demoran en traer comandas ni en retirar platos vacíos pero aún así no sientes presión ni prisa a la hora de ser atendido, te dejan espacio y tiempo para comer con tranquilidad (nosotros estuvimos tres horas). Los camareros son atentos y serviciales.
El lugar es llamativo por fuera y acogedor por dentro. Todo está limpio y ordenado, y aunque dispone de mucho personal nunca llega a dar sensación de agobio o caos. El espacio entre mesas es el adecuado aunque en algunas partes pueda pecar de extrema cercanía entre mesas.
Tanto por el sitio como por la comida percibimos que no será demasiado barato, pero lo cierto es que tampoco es demasiado caro ( a ver, no es un sitio al que uno va todos los días pero al que puede ir de vez en cuando para darse un capricho). El precio, dependiendo de lo que escojamos, bien sean menús cerrados o platos independientes, puede variar entre los cuarenta a ochenta euros por comensal.
Para todos aquellos que quieran dar una sorpresa a su pareja o a algún familiar llevándolos a comer, o cenar, platos de una elaboración cuidada y bastante buenos a un restaurante de lujo, excepcional, frecuentado por famosos, deportistas y políticos, este es su sitio. Puede parecer un poco caro, pero en verdad merece mucho la pena y apenas sales del restaurante ya estás planeando cuando volver.
El Asador Donostiarra es un capricho que te puedes dar.
Nada más llegar nos encontramos con un sitio bastante peculiar por fuera. Pequeños jardines frente a la fachada, unos carteles negros maltratados por el tiempo, una fachada de piedra en la que se dibujan ventanas redondas (muy al estilo de la casa de los hobbits de El señor de los anillos). Cada uno de los detalles trata de trasladarnos a otro lugar, alejados del bullicio de la ciudad. Y, por muy extraño que suene, por momentos lo consigue.
Ya al entrar somos conscientes de la cuidada atención al público que ofrece el servicio en este restaurante. Apenas esperamos unos segundos hasta que lo que parece ser el jefe de sala nos asalta para ofrecernos toda su ayuda y atención. Algo muy de agradecer, ya que el tiempo es oro.
Pasamos tras el señor a nuestra mesa y enseguida nos ofrece algo para beber, que acompaña con unos aperitivos cortesía de la casa y la carta.
El interior del restaurante es lo que se espera: un asador. Toda la decoración es rústica, tanto en la construcción como en los objetos que decoran el lugar. Las paredes están cubiertas, por completo, con fotografías de personajes ilustres que han pisado el restaurante así como futbolistas, políticos, artistas y demás... Algo que da caché al sitio.
El entorno invita a comer e indica, además, el estatus y la categoría del restaurante.
Comenzamos con chistorra y unas banderillas de anchoas con guindillas bastante agradables, regado todo con cerveza, claro. Y, pese a que tenemos la carta ya cerrada (cosa que no tardamos en comunicar y que ellos no tardan en solventar), ojeamos la carta para comprobar la gran variedad de platos que ofrece este asador, siendo, por pura lógica, los platos de carne los que más abundan.
Mientras damos buena cuenta de los aperitivos, uno de los camareros se acerca para preguntarnos por el tipo de vino que queremos. Rioja, le contesto, y apenas unos segundos después aparece con una botella que nos muestra pero que no llega a servir al comprobar que aún no habíamos terminado las cervezas. Todo un detalle a tener en cuenta.
Tras descorchar la botella y dejarla sobre la mesa nos enuncia las opciones del plato principal de nuestra carta personalizada para que escojamos. Yo escojo un entrecot a la tabla y mi pareja Merluza rellena de txangurro. Y justo al irse el camarero comienzan a llegar los entrantes: un paté casero de oca acompañado de vinagre balsámico que está de lujo (lo recomiendo encarecidamente), un plato de jamón ibérico bastante generoso y una ensalada de langostinos con bacalao confitado que sabe a gloria. Al terminar las cervezas, una de las camareras se acercó y nos sirvió vino enseguida. Este es uno de esos gestos que marcan la diferencia, que le dan clase al lugar y que logran que te sientas cuidado.
El plato principal no tardó en llegar nada más acabar con los entrantes. Primero el pescado; luego la carne.
Debo reconocer que pese a no ser muy de pescados, pude probar la merluza y estaba bastante buena. La salsa, el relleno. Todo servía como gran acompañante a la merluza sin llegar a quitarle protagonismo. Un plato jugoso y lleno de sabor. Para los amantes del pescado es, sin lugar a dudas, la mejor opción.
Sólo un instante después llegó la carne. Que venía con instrucciones y todo. Primero trajeron el entrecot a medio hacer y bien sazonado. Cortado en tiras de un grosor adecuado. Luego trajeron un plato caliente, como de cerámica. La camarera tomó con dos cucharas un trozo de la grasa del entrecot (dejado de forma estratégica en el plato) para frotarlo contra el plato de cerámica al que después echó algunos trozos de carne para que se terminaran de hacer. Es un verdadero lujo poder hacerte la carne a tu gusto.
Debo reconocer que el entrecot estaba muy tierno y bastante jugoso. Y el que pudiera darle el punto que quisiera o mantenerlo caliente es lo mejor del plato. Por supuesto, el servicio se preocupa en que siempre haya un plato caliente sobre la mesa en el que terminar de hacer la carne. Están muy pendientes de esto.
Antes de los postres trajeron un par de copas de sorbete de limón. Algo para limpiar el paladar y poder disfrutar mejor de los sabores dulces.
Acompañando una botella de orujo y otra de limoncello, llega el primer postre: tejas y una porción de tarta de queso. Este es un postre casero que está delicioso. La tarta de queso está firme y consistente pero cremosa a la vez. Y las tejas están crujientes y con un toque afrutado.
Para finalizar el postre trajeron dos bolas de helado.
Fue al retirar los platos cuando una camarera nos preguntó por si queríamos café o algo más. yo pedí un té verde y creo que mi pareja se decantó por un café. Una pequeña caja de bombones, regalo de la casa, fue la guinda a un menú y una comida para recordar.
Qué más decir de este lugar. Cuidan todo detalle y siempre están pendientes del cliente. No demoran en traer comandas ni en retirar platos vacíos pero aún así no sientes presión ni prisa a la hora de ser atendido, te dejan espacio y tiempo para comer con tranquilidad (nosotros estuvimos tres horas). Los camareros son atentos y serviciales.
El lugar es llamativo por fuera y acogedor por dentro. Todo está limpio y ordenado, y aunque dispone de mucho personal nunca llega a dar sensación de agobio o caos. El espacio entre mesas es el adecuado aunque en algunas partes pueda pecar de extrema cercanía entre mesas.
Tanto por el sitio como por la comida percibimos que no será demasiado barato, pero lo cierto es que tampoco es demasiado caro ( a ver, no es un sitio al que uno va todos los días pero al que puede ir de vez en cuando para darse un capricho). El precio, dependiendo de lo que escojamos, bien sean menús cerrados o platos independientes, puede variar entre los cuarenta a ochenta euros por comensal.
Para todos aquellos que quieran dar una sorpresa a su pareja o a algún familiar llevándolos a comer, o cenar, platos de una elaboración cuidada y bastante buenos a un restaurante de lujo, excepcional, frecuentado por famosos, deportistas y políticos, este es su sitio. Puede parecer un poco caro, pero en verdad merece mucho la pena y apenas sales del restaurante ya estás planeando cuando volver.
El Asador Donostiarra es un capricho que te puedes dar.