Acorralado, Gabriel retrocedió al ver
como aquel hombre avanzaba apuntándole con la pistola. El agua del mar bañaba
sus pies. Se acababa su tiempo y sabía que si no hacía algo por impedirlo,
hallaría allí mismo su final.
-Espera, espera –suplicó Gabriel
levantando los brazos-. Por favor…
-¿Por favor? –le interrumpió sin bajar el
arma-. ¿Acaso le valieron a ella sus súplicas?
-No sé de qué me hablas –contestó Gabriel
en seguida.
Tras escuchar las palabras de Gabriel, bajó
el arma y se mantuvo en silencio. Los hombres del inspector seguían con
atención todos los movimientos del hombre armado
-Ha bajado el arma, señor –dijo por radio
uno de los agentes al inspector.
-Lo he visto. Aun no hagáis nada.
Seguía teniendo el arma en sus manos,
pero ya no apuntaba a Gabriel. Se acercó a él manteniendo una distancia
prudencial y, después de mirarle por un instante, se quitó el pasamontañas
descubriendo su rostro. La clara luz de la luna bañaba parcialmente el rostro
de aquel hombre dándole un aspecto un tanto fantasmagórico.
Gabriel enmudeció al ver al fin el rostro
del agresor. No dijo ni una palabra. Estaba completamente perplejo a la par que
asombrado al ver de quién se trataba.
Desde los coches, tanto el inspector
Ramírez como el resto de agentes miraban la escena que allí estaba teniendo
lugar. Al ver que el agresor había descubierto su rostro, el inspector echó
mano rápidamente a la radio.
-¿Le habéis visto la cara?
-No, señor –contestó uno de los agentes
del otro coche-. Desde aquí no podemos ver nada.
-¡Joder! –gritó el inspector tirando la
radio contra el salpicadero del coche.
-Señor. ¿Qué hacemos? –preguntó el agente
que tenía al lado.
-Esperar a mi orden.
Mientras tanto, Gabriel seguía en la
misma posición de inferioridad.
-Lo recuerdas, ¿verdad? Recuerdas bien
quién soy, ¿no es así? –dijo el agresor.
Gabriel, atónito por todo cuanto estaba
sucediéndole, no tenía palabras.
Tenía buena memoria, siempre la había
tenido, y recordaba bien de quién se trataba. Pero sabía que pronunciarse al
respecto no le haría ningún bien. Por lo que guardó silencio.
-¡Vamos, habla maldita rata
insignificante! –le gritó de nuevo el agresor.
-No sé quién es. De verás, tiene que
creerme.
-¿Crees que soy un ingenuo? –preguntó
tras sonreír-. Claro que me recuerdas. Soy Iván Castro, hermano de Estela.
-No…, no sé de quién me hablas. Por
favor, déjame ir –suplicó de nuevo Gabriel.
Iván se echó a reír después de escuchar a
Gabriel. Tomó aire y lo miró de nuevo.
-¿Acaso no recuerdas cómo la mataste?
-Te equivocas… Yo no hice nada de eso.
-Cómo te atreves a negarlo –dijo Iván
enfurecido.
Al ver Gabriel que Iván se dirigía hacia
él apuntándolo con la pistola, se agachó levantando sus manos, suplicando, una
vez más, que no le hiciera nada.
Iván le sujetó con una mano por el hombro
mientras presionaba el cañón de la pistola sobre la cabeza de Gabriel.
Los agentes y el mismo inspector se
sobresaltaron al ver esto, pero el inspector pidió calma y no dio la orden para
que sus hombres actuaran.
-Ella era…, era una buena muchacha –dijo
Iván entre lágrimas-. No merecía morir así.
-¿Tú crees que lo era? –le replicó
Gabriel mirándole a los ojos, totalmente sereno.
-¿Cómo dices?
-¿Qué si crees que tu hermana era buena
persona?
En aquel momento, Iván apretó los dientes
con fuerza. Podía disparar y acabar con la vida de Gabriel en un abrir y cerrar
de ojos, pero no lo hizo. Se quedó paralizado, escuchando a Gabriel.
-Iván. Sabes bien que tu hermana hacía
daño a las personas que cuidaba.
-¿Cómo puedes decir eso? Ella se los
cuidaba como si fuesen su propia familia.
-Los dos sabemos que eso no era así. Sé
lo que le pasó a vuestro padre.
Le soltó de inmediato y volvió sobre sus
pasos. Iván se llevó las manos a la cabeza y le dio la espalda a Gabriel, que
se mantuvo quieto en el mismo sitio. Tras meditar por un instante, Iván se
volvió hacia Gabriel.
-Yo no hice nada…
-Tú la encubriste –le interrumpió
Gabriel-. La ayudaste tras el asesinato por una mísera parte del botín.
-No sé de qué me hablas –dijo Iván un
tanto nervioso.
-Entonces, ¿tampoco te viste implicado en
el asesinato de todos aquellos ancianos?
-¡¿Y qué si lo hicimos?! –gritó Iván-. No
tienes pruebas. No tienes nada. La policía nunca lo sabrá –al terminar de
hablar, apuntó a Gabriel con la pistola.
-No estés tan seguro –dijo el inspector.
Iván se giró rápidamente al escuchar al
inspector Ramírez hablar tras él. Le estaba apuntando con su arma pero él no dejó
de apuntar a Gabriel.
-Baja el arma –le pidió el inspector.
Gabriel se incorporó al ver que Iván
bajaba lentamente el arma. El inspector, al comprobar que la situación estaba
más calmada, también bajó el arma cuando, súbitamente, Iván apuntó de nuevo a
Gabriel y le disparó. El inspector, rápidamente, disparó a Iván antes de que
éste se pudiera dar la vuelta y corrió hacia su amigo para comprobar cómo se
encontraba.
Estaba tirado en la playa, boca abajo,
con el agua prácticamente cubriéndole. El inspector lo acomodó sobre su regazo
y le tomó el pulso. Pidió a sus agentes que llamaran al servicio sanitario
urgentemente mientras presionaba la herida de bala con sus manos.
-Aguanta amigo, te vas a poner bien –dijo
sollozando el inspector.
Los sanitarios no tardaron en llegar.
Estabilizaron a Gabriel y se lo llevaron al hospital. La bala le impactó en el
pecho, cerca del hombro, pero estaba fuera de peligro. Por otra parte, Iván no
corrió la misma suerte. Murió allí mismo, en la playa.
El inspector estaba sentado en su coche,
pensando. Aun, después de todo lo ocurrido, continuaba tratando de unir piezas
del puzle. Uno de sus compañeros se acercó a él.
-Señor, ya está todo. La prensa espera a
que diga algo. Si quiere, me puedo encargar…
-No, yo me encargo –dijo saliendo del
coche-. Buen trabajo. Felicita a los muchachos.
El inspector se acercó a la nube de
periodistas que había tras la línea policial.
-No contestaré preguntas, tan sólo vengo
a declarar los hechos que han tenido lugar –dijo pidiendo calma entre los
periodistas-. Esta noche podremos dormir más seguros en Almería. Al fin hemos
dado caza al autor de los últimos crímenes de sangre de esta ciudad, cuando
intentaba perpetrar otro asesinato. Él mismo confesó ser el autor de estos
crímenes –tras un silencio, continuó-: Me vi en la obligación de abatirle
después de que disparara a la víctima, de la cual no se teme por su vida y está
siendo atendida ya en un hospital. Gracias a todos.
El inspector se marchó dejando cuestiones
sin resolver. Abandonó, en silencio y completamente solo, aquel lugar.
Al día siguiente Carmen se enteró de todo
lo ocurrido y fue al hospital para ver como se encontraba su amigo. Por mucho
que tratara de negárselo, sentía algo por él y temía no poder decírselo.
Al llegar al hospital, preguntó alterada
dónde se encontraba su amigo y se lo indicó una de las enfermeras. Corrió por
los pasillos buscando la habitación. Cuando la encontró, abrió la puerta
apresuradamente y fue mayúscula su sorpresa cuando allí encontró, junto a Gabriel,
a su prima Sara.
Continuará…
Obra original de Jesús Muga
15-Febrero-2012