lunes, 26 de diciembre de 2011

Parón navideño de La oscuridad en la luz


Hola a todos.

Antes de nada quería felicitaros las navidades y desearos a todos un prospero año nuevo. Espero que el nuevo año os traiga el doble de la felicidad de lo que os deja este que ya termina. Y por supuesto, que sigamos compartiendo escritura y lectura durante mucho tiempo.


Aprovecho esta entrada para anunciar oficialmente un parón en la serie de relatos cortos La oscuridad en la luz. El motivo es la falta de tiempo debido a la fecha en la que nos encontramos. Pero tranquilos, la serie retomará su publicación semanal el lunes 9 de enero del 2012.
A su vuelta continuará en la primera temporada donde algunas de sus tramas encontraran su final y otras nuevas se abrirán.

Recordad que dejamos a Gabriel camino de la comisaría junto al Inspector Nicolás Ramírez. El caso del Señor Gutiérrez aun en el aire. A ese extraño de voz grave acosando a Gabriel. Y entre tanto, a Carmen haciendo de Celestina entre Gabriel y Sara.
Y lo mejor aún está por llegar, eso sí, después del parón navideño.

También quería recordaros que aun estáis a tiempo de apoyar la candidatura de este blog al premio 20Blogs del periódico 20minutos. Aquí tenéis el enlace donde poder votarlo: http://lablogoteca.20minutos.es/la-vereda-de-la-puerta-de-atras-25376/0/


Dicho todo esto, ya sólo me queda agradecer vuestros comentarios y el apoyo que, desde el inicio de esta aventura, me estáis ofreciendo. Son muchas las visitas y el apoyo que estamos recibiendo.
Lo valioso de escribir es hacerlo para alguien.

Os deseo lo mejor para el 2012.

Un caluroso abrazo a todos.

Un saludo,
Jesús Muga.


lunes, 19 de diciembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x07-De cerca




Se alejó un poco de la muchedumbre, que expectante, comenzaba a irse hacia el puerto. Cogió su teléfono móvil y, sin más, lo descolgó llevándoselo a la oreja.

-¿Dónde estás? –dijo una bronca voz desde el otro lado.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Soy Juan Pérez, el redactor jefe del periódico. ¿Dónde estás?
-Amm –guardó silencio y miró a su alrededor-. Estoy en la puerta de un bar, cerca del puerto.
-Bien, entonces… ¿sabes algo de lo que ha pasado en el puerto?
-La verdad es que no. Hemos oído sirenas y la gente se está yendo hacia allí. De momento no sé nada más –contestó Gabriel.
-¿Podrías…?
-En un momento estaré allí, no se preocupe –le interrumpió.
-Gracias muchacho, sabía que podía contar contigo.

Colgó rápidamente el teléfono y se acercó a las dos chicas para decirlas que tenía que ir al puerto. Sin perder tiempo corrió hacia allí. Ya habían llegado los policías y la muchedumbre se agolpaba a la entrada del puerto. Gabriel se hizo paso hasta llegar a la cinta con la que la policía limitaba el acceso.
Ni su bien usada palabrería ni su don de gentes fueron suficientes para que le permitieran entrar y todo estaba demasiado vigilado como para poder colarse.

Mientras buscaba una forma de poder entrar, Carmen dio con él y consiguió llegar hasta donde estaba Gabriel.

-¿No has conseguido entrar? –preguntó la mujer llamando su atención.
-No, aun no –contestó Gabriel-. Hay policías por todas partes y creo que sólo permiten la entrada a los sanitarios.
-Entonces no hay problema –dijo Carmen sonriendo.

Se echó hacia delante y llamó la atención a uno de los policías, que no tardó en acercarse a ellos.

-Buenas noches agente. Verá, soy enfermera y…
-Ya han venido los sanitarios –interrumpió el policía a Carmen-, no tiene por qué preocuparse. Aun así, muchas gracias –se giró para irse.
-No, espere –llamó de nuevo la atención del policía-. Mi deber y el de mi compañero -dijo poniendo su mano sobre el hombro de Gabriel- es el de ofrecer apoyo al equipo sanitario en situaciones como esta. Es nuestro deber ayudar en todo lo posible.

El policía dudó por un instante en dejarles pasar. Gabriel miró con atención buscando a su viejo amigo, el Inspector Nicolás Ramírez, pero no consiguió verle por allí.
Finalmente, el policía les permitió pasar. Carmen le preguntó por el herido y enseguida le indicó dónde se encontraba. Gabriel caminó tras ella, siguiéndola hacia el barco de Carlos. Él sabía bien lo que encontrarían allí.

Carmen llegó antes que él. Al ver la atroz escena se llevó la mano a la boca. Gabriel la miró mientras seguía avanzando hacia ella; hierático, sin emoción o sentimiento alguno marcado en su rostro.
Antes de que la joven pudiera reaccionar, uno de los sanitarios se dirigió hacia ella.
-Perdone, usted no puede estar aquí. ¿Quién le ha permitido pasar?
-Soy enfermera –contestó eclipsada por la ensangrentada escena.

Carmen permaneció en silencio, de pie, con los ojos bien abiertos y clavados en el cuerpo sin vida de Carlos. Observando atentamente como el forense examinaba de forma exhaustiva el cuerpo.
Al llegar a su lado, Gabriel, miró un instante el cuerpo. Había un olor extraño en aquel lugar. Una rara mezcla entre el salitre del mar y la sangre repartida por la cubierta del barco. Se percató de que el cuerpo estaba prácticamente de la misma forma en la que él lo dejó caer sobre el suelo. El forense seguía examinando el cuerpo cuando Gabriel se dirigió al sanitario.

-Nos ha permitido la entrada uno de los policías –dijo Gabriel excusándose-. Hola, soy Gabriel, del Diario Al-Bayyana –le dio un apretón de manos al presentarse- y ella es Carmen, enfermera. Venía por si podía ayudar, pero creo que llegamos un poco tarde –añadió dirigiendo su mirada al cuerpo.
-Me temo que por muy pronto que hubiésemos llegado no hubiésemos podido hacer nada por él –contestó el médico-. A falta de lo que diga el forense, y según mi criterio, este hombre murió en el acto.
-Y está usted en lo cierto –añadió el forense uniéndose a la conversación-. El sujeto debió morir en el acto a causa del traumatismo en la nuca ocasionado por un objeto punzante.
-¿Ha encontrado algo más en el cuerpo? –preguntó el médico.
-No, ni signos de violencia ni de resistencia.
-Bien, pues creo que mi trabajo ha terminado aquí. Es hora de marcharse. Si me disculpan, buenas noches –se despidió el sanitario.
-Entonces, ¿el cuerpo está limpio? –preguntó Carmen al forense.
-Completamente limpio, aunque parezca extraño. El asesino sabía bien lo que hacía. Le ensartó de forma limpia el objeto que usara para atacarlo, debió ser bastante rápido y cuidadoso.
-¿Cree usted que la víctima podía conocer al presunto asesino? –preguntó de nuevo.
-Le conociese o no, le atacó por la espalda y por sorpresa. Además, ya he dicho que el que lo haya asesinado sabía bien lo que hacía. El golpe fue más que contundente y directo. Debía tener bien planeado todo. Sin duda, el que lo ha hecho quería quitarse de en medio a la víctima.
-¿Ha hablado ya con el Inspector Ramírez? –preguntó Gabriel mientras apuntaba lo que el forense decía en su libretilla.
-Aun no, pero creo que no tardaré en hacerlo. Disculpen –contestó avanzando unos pasos al ver al inspector.

El Inspector Ramírez se dirigía hacia el forense mientras que Carmen y Gabriel fueron rápidamente a ver más de cerca el cuerpo. Gabriel aprovechó para tomar algunas fotos con la cámara de su teléfono móvil. Después, dejó a Carmen viendo el cuerpo y él se dirigió hacia el inspector y el forense.

-Pero, ¿qué demonios haces tú aquí? –le preguntó nada más ver a Gabriel.
-Me temo que lo mismo que tú, trabajar.

Antes de que nadie pudiera decir nada más, un policía salió del interior del barco con un destornillador dentro de una bolsa de plástico y fue con ella hacia el inspector.

-Señor, hemos encontrado esto –dijo el policía nada más llegar dándole la bolsa.
-¿Este puede haber sido el arma del crimen? –preguntó el inspector al forense mientras examinaba lo que había en la bolsa.
-Sin duda, puede ser –contestó el forense asintiendo con la cabeza.
-Señor, hemos encontrado algo más. Debe venir a ver esto.

Sin mediar palabra; el inspector, el forense y el policía fueron al interior del barco. Mientras tanto Gabriel llamó la atención de Carmen y, juntos, se fueron hacia la salida del puerto. Sus pasos eran ligeros. Gabriel sabía que no podían estar más tiempo allí.
Justo antes de salir, su teléfono móvil volvió a sonar.

-Ya tengo material suficiente para el artículo de mañana –contestó sin mirar quien le llamaba.
-Has sido tú otra vez, lo sé –afirmó la voz grave-. No te creas superior al resto, cuando menos lo esperes estarás donde mereces.

Gabriel, visiblemente molesto, colgó inmediatamente. Estaban a punto de salir del puerto cuando el Inspector Ramírez llamó su atención. Corría hacia la pareja y Gabriel no tuvo más opción que esperarle.

-No puedes irte –dijo el inspector nada más alcanzarlos.
-¿Hay algún problema, Nicolás? –preguntó enseguida Gabriel.
-No –contestó el inspector-, pero tienes que venir a comisaría conmigo. Tengo que hacerte algunas preguntas.
-¿Por qué? ¿Acaso soy sospechoso? –ironizó Gabriel.
-Te han visto en el bar y en el puerto esta noche, unas horas antes de que se descubriese el cuerpo. Será sólo un momento, pero necesito que vengas conmigo.

La expresión cambió en su semblante. Se escuchaba el silbido del viento. Gabriel estaba paralizado, sin palabras. Su rostro delataba su preocupación. El corazón parecía salírsele del pecho. Respiró hondo y tras despedirse de Carmen, se marchó con el Inspector Ramírez hacia su coche.

Unos minutos después, en el puerto no quedaba un alma.

Continuará…


Obra original de Jesús Muga
14-Diciembre-2011 

lunes, 12 de diciembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x06-Con los pies fríos




-¡Hola! –Dijo Carmen besándole en las mejillas-. ¿Pero qué haces tú por aquí?
-Emmm, pues…, aquí –dijo titubeando-. Me apetecía dar un paseo por el puerto.
-Vaya, pues que coincidencia. Nosotras también hemos venido a dar un paseo antes de ir a casa.

Gabriel sonrió mirando a Carmen. Tanto las dos chicas como él guardaban un incómodo silencio. Se miró los zapatos, tenía las manos en los bolsillos. Rápidamente levantó la vista, mirando a la joven que acompañaba a Carmen.

-¡Oh!, perdonad. Nos os he presentado aun –dijo Carmen tras ver como Gabriel miraba a su acompañante-. Ella es Sara, una de mis primas de Madrid –indicó mirando a Gabriel- y él es Gabriel, un viejo amigo.

Se quedó quieto, sonriendo. La chica no sabía si besarle, darle la mano o mantener la distancia. Carmen no tardó en darse cuenta de la frialdad entre los dos.

-Vamos Gabriel, dale un par de besos hombre.

Tras sonreír, dio un paso hacia Sara y, poniendo su mano sobre el hombro de la chica, la besó en las mejillas. Los dos sonrieron. Y de nuevo se hizo el silencio.
Sara y Gabriel se miraban fijamente, parecían alejarse de todo. Carmen, complacida, miraba a Gabriel.

-Bueno, ¿qué os parece si vamos a tomar algo? –Carmen llamó la atención de Gabriel-. Sé de un sitio por aquí que está bastante bien.

Tanto Gabriel como Sara aceptaron la proposición. Antes de echar a andar, Gabriel volvió la vista atrás. Buscaba las luces del barco de Carlos pero no encontró más que oscuridad.
Salieron del puerto y caminaron en silencio alumbrados por la intensa luz de las farolas de la calle. No tardaron en llegar al bar de copas al que Carmen los llevaba. Se podían contar con las manos las personas que había allí.

-En serio, este sitio está muy bien –alegó Carmen al ver que estaba casi vacío.
-Nadie ha dicho nada –contestó Gabriel.

Se sentaron en una mesa. Gabriel y Sara pidieron cerveza, mientras que Carmen pidió una tónica. A cada uno le pusieron con la bebida una buena tapa.
Mantuvieron una conversación amena. Sara se presentó como una mujer sencilla, alegre y extrovertida, aunque sabía mantener bien las distancias. Era psicóloga y había venido a Almería por cuestiones de trabajo, su idea era no quedarse por mucho tiempo.
Gabriel comprobó que con Sara podía hablar de cualquier tema. Sin duda se sentía más que cómodo con ella.

Las horas pasaron y, tras varias cervezas, Gabriel vio oportuno marcharse. Se despidió cortésmente de las dos mujeres y caminó en solitario hasta su casa. Sabía bien que aquella noche había perdido una gran oportunidad pero le consolaba saber que tendría más opciones.
Al llegar a casa sacó de sus bolsillos los guantes y el destornillador, poniéndolos sobre la mesa del salón. Se cambió de ropa para estar más cómodo y se sentó en una silla frente a la mesa. Con un trapo, limpió concienzudamente el destornillador. Después, se levantó de la silla y fue hasta su dormitorio, abrió uno de los cajones de la cómoda y ocultó entre las sábanas el destornillador; los guantes los guardó en otro cajón.
Se echó sobre la cama y cerró los ojos.

Pasaron algunos días en los que Gabriel no pasó por el puerto. Ni tan si quiera por la zona. Se limitó a ir del trabajo a casa y viceversa, apenas tuvo contacto con alguno de sus amigos.
Una mañana, bien temprano, a Gabriel le despertó el sonido del teléfono. Saltó de la cama y corrió hacia el salón. Se paró ante el teléfono que sonaba de forma estridente. A Gabriel le gustaban las antiguallas y aquel teléfono no era una excepción. Permaneció inmóvil, ante el teléfono. Dudaba sobre cogerlo pero, finalmente, lo descolgó.

-Dígame.
-Hola, soy Carmen. ¿Qué tal estás? Llevo unos días sin saber de ti y ya estaba preocupada.
-Es que ahora ando un poco liado y no tengo tiempo para nada.
-Ya…, excusas nada más. Bueno, que he pensado que podríamos quedar esta noche a tomar algo –propuso Carmen.
-No sé si podré.
-Vamos, no pongas excusas antes de oír el plan... Además, yo no lo he propuesto, ha sido Sara… Me ha dicho de quedar y que te avisara –se mantuvo en silencio-. Creo que le gustas –dijo con cierto rintintín.

Gabriel sonrió tras escucharla. Guardó silencio y lo pensó un instante.

-De acuerdo, esta noche después de las 12 nos vemos en el mismo lugar al que nos llevaste –le propuso Gabriel.
-Vale, allí nos veremos. ¡Y ponte guapete! –le dijo Carmen antes de colgar.

Aquella tarde Gabriel guardó el destornillador y los guantes en los bolsillos de su cazadora. Caminó hacia el puerto y entró por la puerta principal saludando, como siempre, al guarda de seguridad. Paseó por el puerto sin perder de vista cada movimiento de Carlos. Al anochecer salió del puerto, de nuevo, por la puerta principal y se despidió del guarda. Recorrió las calles cercanas para hacer tiempo.

Gabriel miró su reloj, eran cerca de las 22:30. Sabía que Carlos no tardaría en irse al bar. Caminó hacia el puerto pero esta vez entró por el acceso del bar. Se acercó a la barra y pidió una cerveza. Tras beber un par de tragos, salió al puerto y se sentó en un banco cercano al muelle donde estaba amarrado el barco de Carlos. Le vio desde allí salir del barco e ir al bar. Esperó pacientemente en aquel banco su llegada.

Eran casi las 23:30, se le agotaba el tiempo y él lo sabía bien. Se puso los guantes. Estaba impaciente, más nervioso que de costumbre. Movía la pierna de forma impulsiva, no podía hacer nada por evitarlo. Sentía los pies fríos. Entonces, cuando menos lo esperaba, escuchó a Carlos venir.
Canturreaba una vieja canción de marinero y movía en alto su bastón de madera. Caminó por el muelle hacia su barco y Gabriel lo siguió guardando una corta distancia.

Su respiración se agitó. Tragó saliva. Sabía que cualquier error le costaría caro por lo que guardó el mayor silencio posible para evitar que Carlos sospechara. Por suerte aquella noche la oscuridad jugó en su favor. Las densas nubes cubrían la luna y las luces del muelle apenas alumbraban un palmo.
Carlos subió al barco. Gabriel esperó en el muelle, frente al barco, hasta que Carlos abriese la puerta de los camarotes. Se le cayeron las llaves un par de veces, pero al fin el anciano consiguió abrir la puerta.

Gabriel subió rápidamente al barco y sacó el destornillador de su bolsillo. Antes de que Carlos llegara a entrar a los camarotes, le clavó con fuerza el destornillador en la nuca mientras que con la mano libre le tapó la boca. El anciano apenas opuso resistencia.
Toda la tensión acumulada escapó a través de aquel destornillador.

Dejó caer el cuerpo sin vida al suelo y, raudo, entró al interior del barco. Con ayuda del destornillador desmontó el asiento del banco, dejando a la vista todas las fotos de niñas desnudas y la ropa interior que Carlos escondía allí. Después buscó con cierto nerviosismo el libro que le dejó al anciano en el parque de Nicolás Salmerón, lo encontró sobre la mesita de su camarote.
No tardó en salir de allí. Caminó con tranquilidad, con la seguridad de que no había un alma en el puerto en aquel momento, sabiendo que tardarían unas horas en encontrar el cuerpo. Antes de entrar al bar se quitó los guantes, les dio la vuelta y los guardó en sus bolsillos. Tras pagar la cerveza, se dirigió con total calma al bar de copas donde había quedado con las chicas. Llegó justo a tiempo, esperó en la puerta del bar a las chicas.

-¡Qué puntual! –dijo Carmen nada más llegar-. ¿Llevas mucho rato esperando?
-Un rato sólo, no te preocupes. Entremos –contestó Gabriel cediéndolas el paso con una sonrisa.

Habían tomado un par de copas cuando las sirenas de los coches de policía llamaron la atención de todos en aquel bar. Salieron a ver qué pasaba mientras que Gabriel permaneció inmóvil dentro del bar. Los coches de policía se dirigían al puerto. Sin duda, habían encontrado el cuerpo de Carlos.
Gabriel se levantó para salir de allí y nada más abrir la puerta del bar, sonó su teléfono móvil.


Continuará…



Obra original de Jesús Muga
9-Diciembre-2011 

lunes, 5 de diciembre de 2011

La oscuridad en la luz-1x05-Encuentro inesperado




A sus pies cayó un pedazo de pan. No se levantó del banco para cogerlo, tan sólo alargó su brazo. El niño se acercó a él tímidamente y Gabriel, sonriendo, alargó su brazo ofreciéndole el trozo de pan. El pequeño no dudó en cogerlo.

Había estado toda la tarde, como otras tantas en el último mes, sentado en aquel banco. Contemplando desde aquel privilegiado lugar todo lo que acontecía en el puerto. Gente paseando, tomando un helado, echando pan a los peces… Pero algo había llamado su atención sobremanera.
Cada tarde, dos hombres y una mujer paseaban por el puerto. Solían ir a media tarde, directamente a la terraza de la cafetería. Después paseaban durante cerca de hora y media por los muelles del puerto. Se acercaban a la cafetería para pedir un helado y daban una última vuelta viendo los barcos antes de irse.

Gabriel se percató de que Carlos apenas salía de su barco cuando aquellas tres personas paseaban por el puerto. Permanecía dentro de su barco, o en la cubierta, hasta que se marchaban. Al anochecer, salía unos minutos para ir al bar del puerto. Regresaba a su barco un par de horas después, tambaleándose, y ya no volvía a salir hasta el día siguiente.
Llevaba tanto tiempo observando toda aquella parafernalia que sabía bien cómo jugar sus cartas.

Comenzó a ir en su moto al puerto. Siempre aparcaba en el mismo lugar, bajo la atenta mirada de dos de las cinco cámaras del puerto. Al bajarse de la moto, saludaba al guarda de seguridad del aparcamiento para después caminar lentamente hasta el banco donde siempre se sentaba. Desde allí, Gabriel, podía ver con claridad todo lo que hacía Carlos.
Aquella tarde, Carlos parecía malhumorado. Estaba reparando algo, salía constantemente a por herramientas a la cubierta del barco. Aquellas tres personas estaban dando el último paseo cerca de su barco y eso le inquietaba. La claridad del día comenzaba a dar paso a la oscuridad de la noche y esas tres personas no tardarían en irse. Carlos los vio alejarse desde la cubierta del barco.

Gabriel se inclinó hacia delante para ver mejor lo que haría Carlos cuando, sin previo aviso, un hombre se dirigió al anciano súbitamente. Sin dirigirle ni una palabra saltó a la cubierta del barco y le propinó un puñetazo; Carlos cayó al suelo.
Antes de que aquel hombre le pudiera hacer algo más, algunas personas fueron rápidamente a separarlo. Los dos hombres se volvieron al sentir el alboroto y redujeron al hombre, mientras tanto, la mujer enseñó a todos los presentes una placa de policía y ayudó a Carlos a incorporarse. Esposaron al hombre para llevárselo de allí y este recriminó a Carlos haber abusado de su hija. Él no tardó en negarlo.

Los dos agentes se llevaron al agresor de allí y la mujer permaneció junto a Carlos, haciéndole algunas preguntas. Trató de convencerle para llevarle al hospital pero el anciano se negó a recibir cualquier asistencia médica y pidió que le dejaran solo.

Volvió la tranquilidad a aquel lugar. Gabriel permaneció allí, inmóvil, observando desde el banco todo lo que Carlos hacía. El anciano salió un par de veces del barco para asegurarse de que allí no quedaba ni un alma. Entró una última vez al barco para coger algo y salió apagando todas las luces. Como cada noche, se fue al bar.

Nada más irse, Gabriel se levantó del banco y caminó con paso ligero hasta el barco. Se cercioró, mirando a ambos lados, de que ninguna persona le viera saltar al barco.
Trató de abrir la puerta para entrar en los camarotes pero estaba cerrada. Carlos se había asegurado de mantener bien protegida su privacidad. Gabriel buscó por la cubierta del barco concienzudamente algo que le inculpara. Sólo encontró herramientas esparcidas por toda la cubierta, algunas cuerdas y restos de comida, nada más.
Volvió a su casa con la certeza de que Carlos guardaba más de un secreto en aquel barco, alguna prueba que lo culpara claramente de ser un pederasta y estaba más que decidido a encontrarla.

La tarde siguiente fue de nuevo al puerto. Aparcó la moto en el mismo lugar y, antes de entrar, saludó cordialmente y como cada tarde al guarda de seguridad. Caminó hacia el banco buscando con la mirada a los agentes de policía que cada tarde vigilaban de cerca a Carlos, pero no los vio. No estaban tomando café ni paseando por el puerto. A Gabriel no le resultó nada extraño.
Se sentó en el banco y vio desde allí como Carlos seguía reparando algo en el barco. Tras unas horas, salió a la cubierta y miró atentamente a su alrededor. Bajó del barco pero esta vez no fue al bar, salió del puerto.

Nada más salir, Gabriel volvió a ir a investigar al barco. De nuevo intentó entrar en los camarotes pero estaba la puerta cerrada. No dudó en forzarla para entrar.
Buscó a conciencia dentro del barco sin suerte alguna. Allí no había nada fuera de lo normal. Consternado, se sentó en el sofá frente a la mesa. Desde ahí miró a su alrededor, no encontró nada con lo que culpar a Carlos. Respiró hondo y se apoyó con ambas manos en el sofá para levantarse e irse.
Fue al apoyarse cuando crujió aquel asiento.

Gabriel comprobó que tan sólo crujía una parte de la banca. Buscó alguna hendidura o alguna forma de poder abrirlo y ver qué había en su interior. Entonces comprobó que sólo aquella parte estaba atornillada.
Salió rápidamente a la cubierta y buscó en la caja de herramientas un destornillador. Cogió uno largo con punta de estrella y volvió para tratar de abrirlo. Gabriel al fin encontró lo que tanto había buscado.

Escondido dentro de aquel banco había algunas fotografías de niñas semidesnudas y algo de ropa interior de mujer. Estaba revisando las fotografías cuando sintió pasos en la cubierta. Con toda la rapidez que pudo, guardó todo en el hueco del asiento y lo cerró. Entonces Carlos entró en el salón.

Permaneció en silencio y quieto, mirando a su alrededor. Gabriel se escondió bajo la mesa.

-¿Hay alguien aquí? –dijo mientras golpeaba con su bastón en el suelo.

No se escuchó nada. Tan sólo el crujir del barco al balancearse por el suave oleaje.
Carlos se quedó un instante allí, esperando en silencio a escuchar algo que le indicara donde podía estar el intruso. Muy lentamente caminó con el bastón en la mano al camarote principal. En ese instante, Gabriel aprovechó pasa escapar de allí lo más rápido posible.
Corrió por el muelle hasta salir del puerto. Esa noche volvió andando a su casa.

Pasaron algunos días hasta que Gabriel volvió a ir allí. Esa tarde fue a recoger su moto. Condujo hasta el anochecer por la ciudad, eso siempre le despejaba.
Volvió a su casa para cenar algo y después se sentó en el sofá. Permaneció en silencio, mirando el destornillador que cogió del barco de Carlos. Lo limpió cuidadosamente con un pañuelo de tela y lo dejó sobre la mesa. Se puso su chaqueta y sus guantes de cuero, y guardó el destornillador en uno de los bolsillos de su chaqueta.
Salió de casa y caminó hacia el puerto.

Fue despacio, serio. Esperó fuera, paseando por los aledaños al puerto. Después entró al bar. Tomaba una cerveza cuando Carlos entró. Pidió una botella de whiskey y un vaso. Se sentó en una mesa, solo, para beberse la botella. Una hora y media después, Carlos se acercó a la barra para pagar y salió del bar.
Gabriel se levantó y se puso sus guantes antes de salir tras él, guardando una distancia pero cada vez más cerca. El puerto estaba completamente solitario a aquella hora, Gabriel lo sabía bien.

Cada vez estaban más cerca del barco y, Gabriel, más cerca de Carlos. Metió su mano en el bolsillo y cogió el destornillador. Estaba seguro de hacerlo cuando una voz llamó su atención.

-¡Gabriel! –gritó Carmen desde el otro extremo del muelle.

Gabriel se giró sacando la mano del bolsillo. Carlos también se giró al escuchar la voz y, al ver a Gabriel tras él, caminó rápidamente hasta el barco. Gabriel se giró hacia el barco viendo como se marchaba su gran oportunidad de hacer justicia.
Carmen se acercó junto con una chica a él.

Continuará…


Obra original de Jesús Muga
30-Noviembre-2011