Se alejó un poco de la muchedumbre, que
expectante, comenzaba a irse hacia el puerto. Cogió su teléfono móvil y, sin
más, lo descolgó llevándoselo a la oreja.
-¿Dónde estás? –dijo una bronca voz desde
el otro lado.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Soy Juan Pérez, el redactor jefe del
periódico. ¿Dónde estás?
-Amm –guardó silencio y miró a su
alrededor-. Estoy en la puerta de un bar, cerca del puerto.
-Bien, entonces… ¿sabes algo de lo que ha
pasado en el puerto?
-La verdad es que no. Hemos oído sirenas
y la gente se está yendo hacia allí. De momento no sé nada más –contestó
Gabriel.
-¿Podrías…?
-En un momento estaré allí, no se
preocupe –le interrumpió.
-Gracias muchacho, sabía que podía contar
contigo.
Colgó rápidamente el teléfono y se acercó
a las dos chicas para decirlas que tenía que ir al puerto. Sin perder tiempo
corrió hacia allí. Ya habían llegado los policías y la muchedumbre se agolpaba a
la entrada del puerto. Gabriel se hizo paso hasta llegar a la cinta con la que
la policía limitaba el acceso.
Ni su bien usada palabrería ni su don de
gentes fueron suficientes para que le permitieran entrar y todo estaba
demasiado vigilado como para poder colarse.
Mientras buscaba una forma de poder
entrar, Carmen dio con él y consiguió llegar hasta donde estaba Gabriel.
-¿No has conseguido entrar? –preguntó la
mujer llamando su atención.
-No, aun no –contestó Gabriel-. Hay
policías por todas partes y creo que sólo permiten la entrada a los sanitarios.
-Entonces no hay problema –dijo Carmen
sonriendo.
Se echó hacia delante y llamó la atención
a uno de los policías, que no tardó en acercarse a ellos.
-Buenas noches agente. Verá, soy
enfermera y…
-Ya han venido los sanitarios
–interrumpió el policía a Carmen-, no tiene por qué preocuparse. Aun así,
muchas gracias –se giró para irse.
-No, espere –llamó de nuevo la atención
del policía-. Mi deber y el de mi compañero -dijo poniendo su mano sobre el
hombro de Gabriel- es el de ofrecer apoyo al equipo sanitario en situaciones
como esta. Es nuestro deber ayudar en todo lo posible.
El policía dudó por un instante en
dejarles pasar. Gabriel miró con atención buscando a su viejo amigo, el
Inspector Nicolás Ramírez, pero no consiguió verle por allí.
Finalmente, el policía les permitió
pasar. Carmen le preguntó por el herido y enseguida le indicó dónde se
encontraba. Gabriel caminó tras ella, siguiéndola hacia el barco de Carlos. Él
sabía bien lo que encontrarían allí.
Carmen llegó antes que él. Al ver la
atroz escena se llevó la mano a la boca. Gabriel la miró mientras seguía
avanzando hacia ella; hierático, sin emoción o sentimiento alguno marcado en su
rostro.
Antes de que la joven pudiera reaccionar,
uno de los sanitarios se dirigió hacia ella.
-Perdone, usted no puede estar aquí.
¿Quién le ha permitido pasar?
-Soy enfermera –contestó eclipsada por la
ensangrentada escena.
Carmen permaneció en silencio, de pie,
con los ojos bien abiertos y clavados en el cuerpo sin vida de Carlos.
Observando atentamente como el forense examinaba de forma exhaustiva el cuerpo.
Al llegar a su lado, Gabriel, miró un
instante el cuerpo. Había un olor extraño en aquel lugar. Una rara mezcla entre
el salitre del mar y la sangre repartida por la cubierta del barco. Se percató
de que el cuerpo estaba prácticamente de la misma forma en la que él lo dejó
caer sobre el suelo. El forense seguía examinando el cuerpo cuando Gabriel se
dirigió al sanitario.
-Nos ha permitido la entrada uno de los
policías –dijo Gabriel excusándose-. Hola, soy Gabriel, del Diario Al-Bayyana
–le dio un apretón de manos al presentarse- y ella es Carmen, enfermera. Venía
por si podía ayudar, pero creo que llegamos un poco tarde –añadió dirigiendo su
mirada al cuerpo.
-Me temo que por muy pronto que
hubiésemos llegado no hubiésemos podido hacer nada por él –contestó el médico-.
A falta de lo que diga el forense, y según mi criterio, este hombre murió en el
acto.
-Y está usted en lo cierto –añadió el
forense uniéndose a la conversación-. El sujeto debió morir en el acto a causa
del traumatismo en la nuca ocasionado por un objeto punzante.
-¿Ha encontrado algo más en el cuerpo?
–preguntó el médico.
-No, ni signos de violencia ni de
resistencia.
-Bien, pues creo que mi trabajo ha
terminado aquí. Es hora de marcharse. Si me disculpan, buenas noches –se
despidió el sanitario.
-Entonces, ¿el cuerpo está limpio?
–preguntó Carmen al forense.
-Completamente limpio, aunque parezca
extraño. El asesino sabía bien lo que hacía. Le ensartó de forma limpia el
objeto que usara para atacarlo, debió ser bastante rápido y cuidadoso.
-¿Cree usted que la víctima podía conocer
al presunto asesino? –preguntó de nuevo.
-Le conociese o no, le atacó por la
espalda y por sorpresa. Además, ya he dicho que el que lo haya asesinado sabía
bien lo que hacía. El golpe fue más que contundente y directo. Debía tener bien
planeado todo. Sin duda, el que lo ha hecho quería quitarse de en medio a la
víctima.
-¿Ha hablado ya con el Inspector Ramírez?
–preguntó Gabriel mientras apuntaba lo que el forense decía en su libretilla.
-Aun no, pero creo que no tardaré en
hacerlo. Disculpen –contestó avanzando unos pasos al ver al inspector.
El Inspector Ramírez se dirigía hacia el
forense mientras que Carmen y Gabriel fueron rápidamente a ver más de cerca el
cuerpo. Gabriel aprovechó para tomar algunas fotos con la cámara de su teléfono
móvil. Después, dejó a Carmen viendo el cuerpo y él se dirigió hacia el
inspector y el forense.
-Pero, ¿qué demonios haces tú aquí? –le preguntó
nada más ver a Gabriel.
-Me temo que lo mismo que tú, trabajar.
Antes de que nadie pudiera decir nada
más, un policía salió del interior del barco con un destornillador dentro de
una bolsa de plástico y fue con ella hacia el inspector.
-Señor, hemos encontrado esto –dijo el
policía nada más llegar dándole la bolsa.
-¿Este puede haber sido el arma del
crimen? –preguntó el inspector al forense mientras examinaba lo que había en la
bolsa.
-Sin duda, puede ser –contestó el forense
asintiendo con la cabeza.
-Señor, hemos encontrado algo más. Debe
venir a ver esto.
Sin mediar palabra; el inspector, el
forense y el policía fueron al interior del barco. Mientras tanto Gabriel llamó
la atención de Carmen y, juntos, se fueron hacia la salida del puerto. Sus
pasos eran ligeros. Gabriel sabía que no podían estar más tiempo allí.
Justo antes de salir, su teléfono móvil
volvió a sonar.
-Ya tengo material suficiente para el
artículo de mañana –contestó sin mirar quien le llamaba.
-Has sido tú otra vez, lo sé –afirmó la
voz grave-. No te creas superior al resto, cuando menos lo esperes estarás
donde mereces.
Gabriel, visiblemente molesto, colgó
inmediatamente. Estaban a punto de salir del puerto cuando el Inspector Ramírez
llamó su atención. Corría hacia la pareja y Gabriel no tuvo más opción que
esperarle.
-No puedes irte –dijo el inspector nada
más alcanzarlos.
-¿Hay algún problema, Nicolás? –preguntó
enseguida Gabriel.
-No –contestó el inspector-, pero tienes
que venir a comisaría conmigo. Tengo que hacerte algunas preguntas.
-¿Por qué? ¿Acaso soy sospechoso?
–ironizó Gabriel.
-Te han visto en el bar y en el puerto
esta noche, unas horas antes de que se descubriese el cuerpo. Será sólo un
momento, pero necesito que vengas conmigo.
La expresión cambió en su semblante. Se
escuchaba el silbido del viento. Gabriel estaba paralizado, sin palabras. Su
rostro delataba su preocupación. El corazón parecía salírsele del pecho.
Respiró hondo y tras despedirse de Carmen, se marchó con el Inspector Ramírez
hacia su coche.
Unos minutos después, en el puerto no
quedaba un alma.
Continuará…
Obra original de Jesús Muga
14-Diciembre-2011