sábado, 30 de enero de 2016

Antes de atardecer

Quizá se debe a que soy un romántico empedernido, aunque me cueste reconocerlo, o porque me gustan ese tipo de películas íntimas en las que se conversa sobre temas diversos y trascendentales, no lo sé, pero debo reconocer que esta trilogía continúa gustándome y sorprendiéndome a partes iguales.

Celine y Jesse vuelven a encontrarse nueve años después de su breve pero intensa aventura en Viena cuando él presenta su novela en una librería, pero esto es tan sólo un pretexto para que su historia de amor continúe.
En esta ocasión recorren las calles de París poniéndose al día sobre lo que les ha ocurrido en sus vidas durante esos años en los que han estado alejados el uno del otro, algo que nos sirve para conocer más sobre ellos y sobre todo lo que ha cambiado en sus vidas. Como sucediera en la primera parte, Antes de amanecer, y escabulléndose entre las anécdotas de su vida que describen sus propias personalidades, la pareja también habla sobre temas tan diversos como la política, el medio ambiente o las relaciones. Algo que nos ayuda a descubrir más sobre ellos, sus inquietudes y también sobre la época en la que está ambientada su historia, así como sirven de para dar aire fresco a la película y a los constantes diálogos. Porque sí, Antes de atardecer vuelve a basar su trama en los interminables diálogos que la pareja mantiene, con apenas algunas acciones que poco o nada interfieren en la misma. Pero, ¿acaso no es esa la esencia de esta película? Tanto Celine como Jesse se desnudan ante nosotros mostrando finalmente la realidad que asola sus vidas en unas últimas secuencias dignas del recuerdo cuando él le habla a ella sobre lo infeliz que es en su matrimonio y lo insegura que se siente ella por su miedo al compromiso en sus relaciones amorosas, quizá un recurso que sirve para mantener la chispa entre ellos dos y nuestro interés por saber cómo continúa su historia.

Linklater nos presenta una historia íntima en la que dos personas se descubren la una a la otra de la mejor manera, hablando, y obvia todo lo demás hasta tal punto que no nos importa lo más mínimo, centrándonos sólo en lo verdaderamente importante, los personajes y lo que se cuentan el uno al otro, cómo viven sus vidas, cómo tratan temas trascendentales de una forma natural y sin restricciones. Es por ello que el realizador tan sólo necesita apoyarse en ellos, en sus expresiones y en las palabras que salen disparadas de sus bocas con el fin de convencernos de todo aquello que tratan en sus conversaciones, dejando a un lado todo lo demás. París es tan sólo un escenario que sirve como apoyo pero no tiene el peso que tenía Viena, del mismo modo que lo que hace Jesse en París no es más que un pretexto para dar pie a todo lo que viene después.
Casi toda la historia está narrada en planos secuencia (cortados muy de cuando en cuanto por planos generales del lugar en el que se encuentran o planos medios de algunos de los personajes mientras conversan) de la pareja caminando por las estrechas calles de la capital francesa, no necesita nada más para lograr convencernos. La estética se mantiene, siendo tan natural como en la primera parte y siendo más que apropiada para la película y todo lo que en ella tiene lugar.
La música sólo tiene cabida cuando aparece de forma activa en la trama y los silencios, los pocos que hay, son tan penetrantes y expresan tanto como las palabras.


Estoy seguro de que se debe a que siento devoción por Julie Delpy, pero en esta parte sobresale por encima de su compañero masculino, Ethan Hawke. Nos regala una interpretación llena de matices y cambios, pues su personaje es más inestable que el de Hawke y mucho más sentimental, menos medido en sus acciones. Julie se suelta la melena y no duda en ser intensa en ciertos momentos mientras que Hawke mantiene a lo largo de toda la película el saber estar y la conformidad de su personaje, hasta justo la parte final, en la que estalla y muestra un cambio de actitud.
Hay que reconocer que ambos están soberbios en su interpretación, una vez más. La belleza de Julie va mucho más allá de su físico y demuestra sus dotes, no sólo en interpretación sino en el ámbito musical, al componer parte de la banda sonora y deleitarnos con una vals con el que logra que nos enamoremos aún más de ella. Hawke, impecable, nos transmite la seguridad y madurez que su personaje a alcanzado desde la primera parte con ese talento que demuestra en casi toda su filmografía. Siempre correcto, se perfila como el acompañante perfecto de Julie.

Celine no sólo vuelve a enamorar a Jesse sino a todos nosotros en una segunda parte en la que hablan más sobre lo que les ha ocurrido a ellos que sobre otros temas. Una película íntima que sabe abordar temas críticos con sutileza y un buen hacer al alcance de pocos. Sin ser chabacana o pecar de ñoñería, muestra un capítulo más de una historia de amor utópica pero visceral, tan real como las calles de París que recorren sus personajes.
El mejor momento es sin duda cuando Celine estalla en el coche de vuelta a su casa sincerándose con Jesse sobre sus relaciones amorosas o cuando, en su pequeño piso de aspecto bohemio, canta guitarra en mano ese bellísimo vals.
Es una película que puede funcionar por sí sola pero que, lógicamente, se entenderá mejor después de haber visto la primera parte de esta trilogía romántica. Una auténtica joya que todo cinéfilo no se debería perder.

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